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Por: Julio Yovera
Una cuestión previa:
Ninguna obra literaria se sostiene en el mundo de las ideas abstractas, sino sobre la realidad concreta y cambiante al mismo tiempo. Las ideas y el arte tienen su cimiento en una solidez terrenal. De manera que la poesía, aún la de dimensiones más puras, reposa sobre una parte de la materialidad de la vida en un espacio, vale decir, sobre un contexto histórico específico.
No pretendamos entonces entender la obra de César Vallejo desde su poesía exclusivamente, desde el análisis de estilo y de la imagen literaria en sí; hay que entender su obra desde la realidad de un país como el Perú y desde un periodo histórico específico.
Los inicios del siglo XX son históricos por sus cambios económicos, políticos, ideológicos y culturales. Vallejo es el joven provinciano de un Perú frustrado por la guerra del Pacífico. Es el escritor de la época primera del capital imperialista, que en disputa por mercados y por la posesión de los recursos naturales, tiene su primera gran confrontación bélica.
Es el escritor de una época de revolución, donde se oyen los gritos esperanzadores de las masas que saludaban el advenimiento de la revolución socialista de Octubre. Es también uno de los productos mejores de la insurgencia juvenil, que en política y arte buscaban su propio camino, como La Bohemia o Grupo Norte de Trujillo; Orkopata en Puno; Resurgimiento en Cusco; y, del Grupo Colónida que animaba Abraham Valdelomar. Pero hay más.
En política, la República aristocrática, en realidad la República oligárquica, empezaba a mostrar sus síntomas de decadencia y aparecía la República del capital industrial y comercial, que empezaba a desarrollar un capitalismo deformado que Mariátegui llamó semi colonial. Así, la generación de Vallejo, de Mariátegui, de Haya de la Torre, de Valdelomar, de Sánchez, de Basadre, José Sabogal, Magda Portal, Ángela Ramos; es una generación que bajo la égida del Maestro Manuel González Prada, entró al escenario de la cultura y la política en el Perú abriendo nuevas rutas. De otro modo no podremos entender ni a Vallejo ni a los creadores de su generación.
¿Qué es una hermandad?
La hermandad es un acto de convivencia esencialmente humano. Los hermanos como bien se dice de manera frecuente, pueden ser de sangre, y, en ese sentido es un hecho genético-biológico; pero hay también otra hermandad, la de los ideales, de los sueños; ésta hermandad está basada en una identificación con el ser, con su manera de sentir y de caminar por el ancho y áspero sendero de la vida.
Vallejo y ser hermanos es el título de un nuevo libro que estamos comentando y que presenta aquí en la Casa de la Literatura, el escritor y poeta vallejiano Danilo Sánchez Lihón. Es ésta una nueva obra de nuestro compañero y hermano, presidente de ese colectivo que es Capulí, Vallejo y su tierra y que ha hecho del poeta universal de Santiago de Chuco su paradigma y su razón de ser.
Y hace bien pues son los referentes positivos los que hay que tener en cuenta a la hora de inculcar valores a los jóvenes. Es urgente hacerlo puesto que debemos enfrentar enconos, egoísmos y rivalidades; todo ello a nombre de la competencia y a nombre del individualismo, que exige la libertad absoluta, la ley de la selva para abrirse paso e imponerse.
El amor y el dolor de hermano – hermano
La obra de Danilo no busca demostrar nada en el marco del frío rigor de la ciencia, no hay un método poperiano de hipótesis y deducciones, tampoco hay un método inductivo – deductivo, de generalizaciones sobre la base de estudios de casos y análisis de algún fenómeno. Lo que busca Danilo, y lo logra, es exaltar de manera apasionada y fervorosa la capacidad fraternal de este hombre solidario que admiramos todos los seres sensibles y comprometidos con los destinos de la humanidad y el planeta y, en ese proceso, queda nítida como la luz del sol andino, su solidaridad a brazo y corazón partidos.
En él la solidaridad es la expresión de la hermandad de la ternura, de la hermandad del juego inocente; de la hermandad del poeta que se preocupa porque el hermano se esconde y no aparece, que lo pone triste hasta el extremo de sentir que el ausente les hace “una falta sin fondo”. Esta ausencia no se mitigará ni con el tiempo ni con la creencia cristiana de un mundo celeste donde las almas gozan de la “vida eterna”
En el poema “A mi hermano Miguel”, el poeta se muestra herido en lo hondo de su ser. La impresión que nos deja es que esta muerte, la del hermano querido es la primera que lo impacta. Después vendrá la muerte de la amada Rosa María Sandoval y luego la de su madre que solía pasear por el huerto “saboreando un sabor ya sin sabor”. Y es en esas circunstancias que el dolor aflora, como suele ocurrir con los seres cuyas vidas están tejidas de sensibilidad, en forma de arte, de poesía intensa en este caso. Esa es la primera forma de hermandad que el corazón de Danilo, más que sus ojos, van descubriendo.
La hermandad de compañero y amigo
Decíamos que la hermandad de Vallejo no se agota en lo biológico, es también una forma de hermandad la que siente por sus compañeros y amigos. De esta amistad, Danilo elige a cuatro amigos del poeta: Antenor Orrego, Julio Gálvez, Alfonso de Silva y Abraham Valdelomar.
Antenor Orrego fue el hermano que conoció en Trujillo. Es el amigo que no lo adula ni le es complaciente, sino que lo apoya y se convierte en su crítico; que le dice verdades que solo se les puede decir a los amigos porque sabe que éstos no se molestarán, sino que al contrario quedarán reconocidos y agradecidos. La hermandad en este caso es la amistad, el compañerismo, el compartir tertulias, trabajo estudiantil, vida social y cultural; independientemente si se tiene afinidad ideológica o política.
Hay que recordar que cuando Vallejo publica esos poemas intensos que abren un camino propio en la poética del habla hispana, Orrego fue uno el primero que saludó alborozado el advenimiento de una nueva etapa en la poesía peruana. La amistad suele ser a veces certera más por el afecto que por la razón.
Julio Gálvez, y esto lo describe muy bien Danilo, tuvo una hermandad de compañero con Vallejo. Se hacen afines en ideales y objetivos. Gálvez es el cómplice de una coartada perfecta para que Vallejo se lleve un premio literario con un poema panegírico y de ocasión, con la que se hace de 1,000 soles, cantidad que no es mayormente significativa dígase de paso pero que para un poeta antisistema, Vallejo estaba en proceso de serlo, es un maná cosechado con su inteligencia y sus manos pues muchos trabajadores de la cultura que no participamos en los banquetes del oficialismo, sabemos perfectamente la “cantidad enorme de dinero que cuesta el ser pobre”. Vallejo habla de la pobreza del bolsillo, no de la pobreza del alma.
Julio Gálvez es el hermano que le brinda la oportunidad de que Vallejo viaje a Europa, dividiendo en dos un pasaje de primera. ¡Cuánta fraternidad en el dar y el recibir! Gálvez, será después “el miliciano de huesos fidedignos” que muere en plena guerra civil española.
Abraham Valdelomar fue la personificación de una amistad que para César Vallejo representó una búsqueda de ambiente, de un camino de renovación de la literatura. Es la amistad de un poeta novísimo con un poeta joven, talentoso, consagrado. Valdelomar no solo era el dandy de la poesía peruana, era también el irreverente que en cierta ocasión señaló que ser rebelde en el Perú era como tener un título nobiliario.
Aprovecho este breve tiempo para decirles que las tres primera décadas del siglo XX fueron para el Perú pródigas en personajes e ideas. En estos años deslumbraron Mariátegui, Vallejo, Sabogal, Valdelomar, Luis Válcarcel, Jorge Basadre; fueron también los años de Luis Alberto Sánchez, Haya de la Torre; de José Antonio Encinas. Cada uno de ellos asumió un proyecto de vida y nos dejaron ideales que en el caso del proyecto de Mariátegui y Vallejo, no deben quedar truncos; y que en el caso de Haya de la Torre, lamentablemente, sus “discípulos” se han encargado de hundirlos en el abismo de la corruptela.
Con Alfonso de Silva, la amistad fue de pertenencia y unión por el arte y por la patria, que es como decir por la vida. El poeta llevó a Alfonso a su corazón, porque éste tenía la música en su sangre, en sus dedos, en sus sueños. El piano del que salían como luciérnagas mágicas a posarse en el alma de los oyentes, tenía el privilegio del embrujo, y en un hombre apasionado y sensible como Vallejo, la música de Alfonso le elevaba la vida. Por eso lo sufre cuando éste se muere de vida y no de muerte. Y le dice:
Alfonso: estás mirándome, lo veo,
desde el plano implacable donde moran
lineales los siempres, lineales los jamases.
Cuentan que Vallejo, cuando Alfonso tocaba su piano se quedaba silencioso y triste, acaso recordando el Perú de sus desvelos, su Santiago de Chuco, sus amores que fueron. Y es que la poesía y el arte en general tienen el extraordinario privilegio del encanto. Uno de los amores de César Vallejo, hablo de Zoila Rosa Cuadra, Mirtho, en una ocasión diría del amado imposible:
No le he olvidado nunca.
¿A cuál de los amores del poeta, en su Perú al pie del orbe, no olvidó nunca? Creo que la pregunta no es impertinente.
La hermandad de camaradas
Hay finalmente una hermandad de clase en César Vallejo. Algunas de esas hermandades tienen nombre: José Carlos Mariátegui, Gonzalo More, Julio Gálvez, Juan Paiva, etc. Otras no tienen nombre, pero para el caso no tiene importancia. Esa hermandad de camaradas se da con los hombres que militan en las filas de la lucha por un mundo mejor. Son las hermandades que compartieron con Vallejo las estrecheces más grandes y las persecuciones más salvajes. Vallejo militante hizo uso magistral de la dialéctica para exponer las contradicciones sociales entre los que querían amarrar a la tierra y los que la querían libre. Y por eso, como él decía, si amanecía pálido era por su obra y si amanecía rojo era por su obrero.
En esto hay que insistir porque precisamente es este aspecto medular; en este aspecto que lo hace actual y contextual a Vallejo, los doctos vallejianos de academia, quieren que no se aborde nunca. Y nosotros estamos para que sobre este aspecto se diga, de modo enfático, lo que corresponde. El gran Antonio Machado decía: “la verdad es lo que es/ y sigue siendo verdad/ aunque se piense al revés”.
No olvidemos que cuando Vallejo murió, en sus funerales, uno de los que hicieron uso de la palabra a nombre de los marxistas peruanos fue Gonzalo More, al hacerlo estaba rindiendo tributo al hombre que se hizo hermano de todos por la causa de los pobres del mundo, por la causa de los esclavos sin pan. Es la causa de los que se enfrentaron a la maquinaria feudal e imperialista, que enarbolaron sus banderas libertarias en Rusia y España, en China y Alemania.
Vallejo se hizo militante ratificando y reiterando su militancia de alba. Ese Vallejo integral, presente, actual, ese Vallejo combatiente es el que nos entrega Danilo en este hermoso libro.
Dejemos que los académicos hagan la taxonomía de Vallejo. Nosotros reivindicamos su espíritu. Esa es nuestra fortaleza.