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Por: Manuel Guerra.
Resulta cómico ver a estos dos partidarios acérrimos del neoliberalismo acusarse mutuamente de ser los candidatos de la Confiep y de los ricos, y muy sueltos de huesos echan mano a sus recursos de embusteros para asegurarnos que revisarán los contratos energéticos, que están de acuerdo con la consulta previa, que las empresas estratégicas deben estar en manos del Estado, y otras linduras robadas de las propuestas izquierdistas. Se trata, claro está, de pragmáticas maniobras para ganarse al electorado que no votó por ellos en la primera vuelta y que reclama cambios de verdad.
Keiko y PPK representan dos caras de la misma moneda, y una vez en el gobierno no harán otra cosa que continuar y profundizar el modelo neoliberal, poniendo en práctica una política de ajuste para contrarrestar el decrecimiento económico, es decir mayor entreguismo, mayor énfasis para favorecer las inversiones mineras, mayores recortes de derechos laborales, más autoritarismo para contener el descontento popular. En cualquiera de los casos la izquierda y el movimiento popular deberán llevar a cabo una resistencia contra esta feroz ofensiva, persistiendo en la lucha por el cambio democrático y patriótico.
La diferencia radica en que Keiko Fujimori representa, además, la herencia y continuidad de uno de los regímenes más corruptos de la historia, de una dictadura que violó sistemáticamente los derechos humanos, responsable de miles de asesinatos y desapariciones, de la política de esterilizaciones que se ensañó con las mujeres campesinas, de la manipulación mediática y el asistencialismo con que se ha deformado la mente de los sectores más empobrecidos.
De ganar el fujimorismo en la segunda vuelta, con la mayoría absoluta lograda en el Parlamento y a la base social con que cuenta, se convertirá en una formidable maquinaria de concentración del poder, con capacidad para hacer lo que le venga en gana, y tendrá el terreno abonado para intentar perpetuarse por varias décadas. Ese es el riesgo y el peligro que se cierne sobre el país.
Hay quienes creen adoptar una posición principista, de rebeldía y dignidad, llamando a viciar el voto. Tal vez eso sea lo más fácil, lo más cómodo y razonable desde el punto de vista de la lógica formal. Pero en política no siempre tenemos y debemos hacer lo que nos gusta y deseamos, sino lo que es correcto y necesario en determinada coyuntura. Lo importante es que en medio del fango sepamos mantener en alto los principios y valores y pensar que más allá del charco el camino continúa, un camino con recovecos y altibajos que debemos recorrer para alcanzar el horizonte deseado.