Por: Armando Carrieri H.
Duele Palestina con el dolor de lo posible, de lo que viene y se nos viene a todos. Las manos de sus niños andan por ahí, elevando plegarias, alzadas al cielo, sólo que separadas de sus cuerpos. La casa que ayer albergaba a una familia, hoy es la lápida que sella con horror y rastros de fósforo, la infamia de un pueblo elegido para la carnicería. Sobre esa lápida se edificará un kibutzim santificado por la sangre de los muertos, de los niños, de los ancianos muertos, de las madres y de las nulíparas, de los que esperan la muerte arraigados a lo único que poseen, su pedazo de tierra, un quinto de un pan sin levadura.
Todas las creencias y lugares santos observan tu cadalso impúdicamente como el público de un bodrio de Spielberg donde el demonio ha sabido muy bien vestirse con la piel de una oveja.
Como no existe un Picasso que pinte su alma sanguinaria, el kish de las cadenas de televisión desarrolla la mejor trama que la Babilonia de Los Ángeles ha escrito para el mundo. Los muchachos de la película le han cedido su lugar a los patrocinantes. Ahora son invencibles, han logrado convertirse en las armas más perfectas de manipulación masiva. Son ellos, los nuevos muchachos de la película, los que matan, y los muertos son pequeños niños a los que les ha tocado el papel de la maldad, la maldad en el papel. No hay hombre santo ni religión que diga algo de esta infamia. Todos callan, callan, callan.
Te quieren doblegar Palestina. Tus primos, tus parientes, se creen elegidos, se creen los que eligen, se creen los que serán elegidos. El mundo te da la espalda Palestina y tú le pones la cara al fusil del mundo. Le pones la mirada de tus niños que ven venir las bombas.
El dios dólar te dispara. El dios de los usureros, de los especuladores, de los transgénicos, de la comida chatarra. .
El dios petróleo justifica tu martirio, te delata, te entrega.
El dios yuan deja que tu enemigo, quien es su enemigo, descargue sobre ti la ira milenaria de todos los dioses que viven en el infierno.
Te quieren Goliat y eres David. Te quieren como quiere un mercader al callejón que lo llevará a incrementar sus ventas. Te quieren para los próximos éxitos de taquilla. Te quieren con el odio de la Nestlé.
Cuando vengan los comerciales y vayamos a la cocina a buscar el alimento o a tomar la medicina que nos vende Sión, secretamente estaremos siendo palestinos, unos palestinos a largo plazo. Beberemos y masticaremos como tú, nuestra muerte, después nos sentaremos a ver la tuya, porque, aunque cerca, Palestina duele de lejos.