Por: Olivia Miranda Francisco / Mariátegui 17/11/14
Al producirse el tránsito del colonialismo al neocolonialismo imperialista con sus nuevos modos de explotación esencialmente económicos, se hizo posible, para los pensadores y líderes revolucionarios que se formaron de una forma u otra bajo la influencia del pensamiento martiano, acceder al marxismo y al leninismo de modo lógico natural, una vez que descubrieron, en la ideología del proletariado, la teoría revolucionaria capaz de ofrecer el instrumental teórico metodológico adecuado para desentrañar la esencia y las leyes que generaron las condiciones objetivas para el surgimiento del capitalismo como sistema, su desarrollo y su caducidad como formación económico social y la necesidad de transformar el mundo.
Hemos denominado articulación al proceso mediante el cual, en Cuba, y también en la América Latina, la ideología del proletariado se insertó en las culturas nacionales, a través del establecimiento de nexos de continuidad, ruptura y superación, con las ideaciones más avanzadas que conformaron las tradiciones ideológico-revolucionarias en el continente, de las cuales el pensamiento de José Martí devino síntesis creadora en un sentido ascendentemente radicalizador.
Se trata de un proceso de evolución de las ideas y de la práctica social revolucionaria, que como rasgos distintivos ha tenido la ausencia de contradicciones antagónicas entre las concepciones más avanzadas de Martí, especialmente en lo que concierne al proyecto revolucionario y a la esencia humanista radical de su ideal de república y las concepciones nacional-liberadoras y socialistas de la nueva generación de revolucionarios cubanos, cuya iniciación, casi sin excepción, estuvo decisivamente influida por las ideaciones martianas más radicales, que los inducen a la asunción de la concepción materialista de la historia; pues aun cuando los presupuestos ontológicos y epistemológicos la diferencian en aspectos esenciales del método histórico político martiano de conocimiento de la sociedad, algunos de los geniales atisbos empíricos de Martí, nacidos de la aplicación consecuente de su método histórico-político al estudio de la sociedad cubana, latinoamericana, europea y sobre todo norteamericana, apuntaban en esa dirección. Se trata, sobre todo, de su concepción dialéctica de la realidad, especialmente expresada en sus ideaciones sobre historia real social y natural y como historia de la cultura.
Nos referimos a las ideaciones martianas sobre la existencia de eras o épocas históricas por las que, a su juicio, habían pasado todos los pueblos aunque en momentos diferentes; el progreso como movimiento en espiral siempre ascendente, aunque con retrocesos circunstanciales; de la historia concebida como ciencia que devela leyes, memoria de los pueblos y arma de lucha ideológica, fuente científica de la política y, sobre, todo su concepto de revolución:
Miente a sabiendas, o yerra por ignorancia o por poco conocimiento en la ciencia de los pueblos, o por flaqueza de la voluntad incapaz de las resoluciones que imponen a los ánimos viriles los casos extremos, el que propale que la revolución es algo más que una de las formas de la evolución, que llega a ser indispensable en las horas de hostilidad esencial, para que en el choque súbito se depuren y acomoden en condiciones definitivas de vida los factores opuestos que se desenvuelven en común
El proceso de articulación del marxismo y el leninismo con las tradiciones nacionales revolucionarias y progresistas en Cuba –cuyo antecedente hay que buscarlo en la obra de Carlos Baliño -, no por casualidad, comienza en los inicios de la década del veinte del siglo pasado con la obra de Julio Antonio Mella y Rubén Martínez Villena, y culmina con Fidel Castro. En el contexto latinoamericano, aun cuando las figuras más representativas del marxismo creador, sin desconocer la obra martiana, tuvieron con el Maestro una relación menos directa, esta articulación, en ocasiones por la vía de la coincidencia, tuvo entre sus exponentes principales, a José Carlos Mariátegui y Ernesto Che Guevara.
La asunción desde una perspectiva crítica y creadora -inspirada en el espíritu con que Martí asimiló las corrientes de pensamiento de su época- de la concepción materialista de la historia, permitió a los revolucionarios del siglo XX develar y buscar soluciones a problemas que, o bien estaban poco desarrollados en la época de Martí, o surgieron con posterioridad a su caída en combate en 1895.
En el caso de pensadores y líderes revolucionarios latinoamericanos como José Carlos Mariátegui o Ernesto Che Guevara (en quienes la influencia martiana es evidente, aun cuando en su formación inicial el conocimiento de la obra teórica y práctico-revolucionaria del Maestro, por razones históricas, no debió haber sido tan directa e inmediata como en Mella, Villena o Fidel Castro), la constatación y análisis de las numerosas coincidencias con las ideaciones martianas más radicales, nos han confirmado que también el pensamiento martiano constituye uno de los elementos articuladores esenciales entre las tradiciones nacionales revolucionarias y la ideología del proletariado a nivel continental. Por ello mismo deviene aspecto importante para demostrar que es precisamente lo avanzado del pensamiento martiano para su época, la razón por la cual no puede hablarse de la influencia de su pensamiento en el sentido en que Marx, Engels y Lenin plantearon que el proletariado debía ser heredero de la cultura universal -incluido el pensamiento burgués de la etapa revolucionaria de esta clase. De lo que se trata es que, como ha dicho Fidel Castro en múltiples ocasiones, analizando el proceso de su propia formación ideológica, se puede llegar a ser marxista partiendo del pensamiento martiano:
Claro, yo antes de ser comunista utópico soy martiano, lo voy siendo desde el bachillerato …Yo fui siempre también un profundo y devoto admirador de las luchas heroicas de nuestro pueblo por su independencia en el siglo pasado…
Yo digo que en el pensamiento martiano hay cosas tan fabulosas y tan bellas, que uno puede convertirse en marxista partiendo del pensamiento martiano. Claro que Martí no explica la división de la sociedad en clases; aunque era el hombre que siempre estuvo del lado de los pobres, y fue un crítico permanente de los peores vicios de una sociedad de explotadores.
Varios son los factores que deben tenerse en cuenta para la mayor comprensión del proceso de articulación de las tradiciones cubanas y latinoamericanas y la ideología del proletariado, si el estudio comparado se establece entre el pensamiento martiano y el del Amauta.
Mariátegui, como Martí, antepuso la misión revolucionaria al oficio de escritor, y, como el Maestro, devino líder del movimiento revolucionario en su país, e ideólogo a nivel continental.
El latinoamericanismo, elemento esencial del pensamiento martiano, presente en los marxistas cubanos, en Mariátegui, por la ubicación continental de su Perú natal y por la existencia de variados elementos comunes de carácter histórico, socioeconómico, etnocultural, racial, ofrece numerosos aspectos que pueden ser objeto de un estudio comparado. Mencionemos, como ejemplo, el problema del indio en sus connotaciones socioeconómicas y etnoculturales.
Como en el caso de la estancia de Martí en los Estados Unidos, en momentos del surgimiento del imperialismo, el contacto de Mariátegui con el mundo europeo a través de su estancia de más de dos años en Italia, precisamente en los días de ascenso de fascismo, le proporcionó una nueva perspectiva histórico-cultural y sobre todo científica e ideológica -como se sabe es en Italia donde asume el marxismo y el leninismo-, por lo cual estuvo en condiciones, como él mismo afirmara en diferentes ocasiones, de descubrir la esencia de lo latinoamericano en sus múltiples determinaciones.
La obra de José Carlos Mariátegui es un hito importante de este proceso a nivel continental. En ella se aprecia un mayor desarrollo teórico general que en los integrantes cubanos de lo que ha sido denominado “marxismo fundacional latinoamericano” por Isabel Monal. Se trata de problemáticas tan afines a Martí como la intervinculación entre historia, cultura y pensamiento político revolucionario y entre tradiciones nacionales y cultura planetaria epocal. Peruanicemos al Perú, Siete ensayos de interpretación de la realidad peruana, o Defensa del Marxismo, son buenos ejemplos.
Tanto Mella como Villena y sus continuadores, conformaron sus ideas en condiciones histórico concretas que dieron lugar a una situación revolucionaria cuyas claves subjetivas contribuyeron a desarrollar decisivamente. De ahí la plasmación de concepciones sólo esbozadas teóricamente y en espera de que la prisión o la convalecencia de las heridas del combate permitieran desarrollarlas, tal y como planteara Mella, en Glosas al pensamiento de José Martí. La Universidad Popular que llevó el nombre del Maestro, no por casualidad, fue la expresión de esta convicción en la prática revolucionaria.
Entre los temas que ocuparon la atención de Mella y Mariátegui, en lo que se refiere a la relación entre historia, cultura y política, elementos esenciales del método histórico-político martiano de análisis de la sociedad y de la concepción materialista de la historia, nos interesa destacar dos de particular significación: a) la necesidad de asumir, crítica y creadoramente, el pensamiento más avanzado en una época histórica determinada, en función de la interpretación y transformación de la realidad social en la América Latina; b) la asunción, también crítica y creadora, de las tradiciones nacionales revolucionarias. En este sentido, habría que referirse, en primer lugar, a la historia como historia de la cultura, en tanto elemento esencial en la fundamentación científica de la política revolucionaria.
Consideraba Martí que los siglos no debían ser mostrados en sus batallas y en sus clérigos únicamente; sino, como los mostraban Acosta y Weber, “… por todos sus lados, en sus sucesos de guerra y de paz, de poesía y de ciencia, de artes y costumbres” .
Resultaba necesario tomar todas las historias en su cuna y desenvolverlas paralelamente, en lo que concierne a la historia universal, concebida siempre como historia de la cultura, en consecuencia con su idea del progreso como evolución multifacética y con su tesis en torno a la historia como plasmación concreta de las causas que estudia la filosofía. Insiste, de nuevo mediante imágenes, en la delimitación entre los que hacen la historia real: los pueblos, y los que en un momento determinado cumplen la función de narrar o analizar lo que los hombres crean –sembradores y segadores– por la significación que ello tiene en el orden ideológico -político. En ambos casos, es evidente para Martí, la esencia dialéctica del devenir de la humanidad y de la historia como ciencia. Considera que, de lo que ha pasado, algo queda. Todavía en sus años de estudiante se refiere a un presupuesto dialéctico del devenir de los hechos humanos:
¡Filosofía sin historia examinadora y concienzuda! ¿Cómo hemos de llegar al conocimiento de la humanidad futura y probable sin el conocimiento exacto de la humanidad presente y pasada? Ésta es una humanidad que se desenvuelve y se concentra en estaciones y en fases. Para estudiar los elementos de la sociedad de hoy es necesario estudiar en algo los residuos de las sociedades que han vivido.
A propósito del libro que Julio Antonio Mella aspiraba a escribir sobre Martí, cuyo esquema inicial da a conocer en su artículo Glosas al pensamiento de José Martí” (1926), aparece lo que pudiéramos considerar como la primera formulación de una nueva visión de la historia como ciencia –Continuación superadora de las concepciones martianas– asumida desde la concepción materialista de la historia en Cuba, a propósito de la crítica no sólo a la historia reaccionaria oficial, sino también a las posiciones iconoclastas de extrema izquierda, igualmente anticientíficas en ambos casos fundamentadas en posiciones idealistas.
Este nuevo enfoque constituyó un verdadero salto de calidad en el desarrollo del Pensamiento Cubano, entre cuyos antecedentes inmediatos habría que destacar -en lo que se refiere a enfrentamiento a las versiones intencionalmente tergiversadoras de la historiografía oficial –Fernando Ortiz, Ramiro Guerra y Emilio Roig–, a quienes, desde una posición antiplatista se opusieron a los detractores abiertamente reaccionarios: aquellos que, apenas concluida la guerra, y aun antes, se apresuraron a considerar a Martí como el enemigo jurado de los intereses del país, que identificaban con los de la oligarquía pro imperialista y de los monopolios norteamericanos a los cuales servían; o con iguales propósitos, ocultaban o tergiversaban las ideaciones más radicales del Maestro, precisamente por la identificación del fundador del Partido Revolucionario Cubano con los intereses del proletariado. Se trataba, casi sin excepción, de los voceros de la historiografía platista que, a contrapelo de la historia real, intentaban convertir a los Estados Unidos en el gran gestor de la independencia y de la constitución de la república.
Mella plantea la existencia, entre nosotros, de dos tendencias a la hora de analizar los acontecimientos históricos: la conservadora y reaccionaria, de los que “sienten sobre sí todo el peso de las generaciones pasadas… y aman como única panacea, la Revolución Francesa de 1789…”; y la que se sitúa en la ultra izquierda de los izquierdistas “ridícula y fantástica”, porque creen que “… ellos son toda la historia… pretenden ignorar todo el pasado. No hay valores de ayer.” Estos son, para Mella, “… los disolventes e inútiles, los egoístas y antisociales ,,, ”.
Partiendo del carácter determinante del factor económico, sólo en última instancia, en el devenir de la sociedad, y de la lucha de clases como motor de la historia, Mella afirma que la tercera forma de interpretar la historia es la cierta:
Consiste, en el caso de Martí y de la Revolución… en ver el interés económico social que “ creó “ al Apóstol, sus poemas de rebeldía, su acción continental y revolucionaria: estudiar el juego fatal de las fuerzas históricas, el rompimiento de un antiguo equilibrio de fuerzas sociales, desentrañar el misterio del programa ultra democrático del Partido Revolucionario, el milagro… de la cooperación estrecha entre el elemento proletario y la burguesía nacional; la razón de la existencia de anarquistas y socialistas en las filas del Partido…
Tiene en cuenta Mella, a todas luces, el principio marxista de la necesidad de analizar los hechos, las ideas, los personajes, las instituciones, en el contexto histórico al cual pertenecieron, sin dejar de entender la importancia del conocimiento histórico en la comprensión del presente y en el pronóstico del futuro –presupuestos también martianos- cuando afirma que urge analizar “… los antagonismos nacientes de las fuerzas sociales de ayer, la lucha de clases de hoy…” y, además, las causas del “… fracaso del programa del PRC y del Manifiesto de Montecristi…” en la Cuba que, según Varona , volvía a ser colonia. Por todo ello es que Mella insiste en la necesidad de un enfoque de los principios martianos a la luz de los acontecimientos del presente.
No son muchas las alusiones directas a Martí las que aparecen en la obra de José Carlos Mariátegui, pero ellas evidencian que las ideas martianas no le fueron desconocidas:
“La identidad del hombre hispanoamericano encuentra su expresión en la vida intelectual. Las mismas ideas, los mismos sentimientos circulan por toda la América indoespañola. Toda fuerte personalidad intelectual influye en la cultura continental, Sarmiento, Martí, Montalvo no pertenecen exclusivamente a sus respectivas patrias; pertenecen a Hispanoamérica”.
Es en la misma línea de análisis de Mella, en la que se inserta José Carlos Mariátegui, a la hora de analizar la relación entre historia y política, y entre tradición y universalidad, en textos esenciales como Defensa del Marxismo, Siete ensayos de interpretación de la realidad peruana o en los artículos recopilados en Peruanicemos al Perú, entre otros escritos . El análisis de estos temas mariateguianos, a la luz de los nexos de continuidad ruptura y superación con el ideario martiano, aun cuado esta relaci��n obedezca a coincidencias más que a un conocimiento como el que los marxistas cubanos alcanzaron, con Julio Antonio Mella y Rubén Martínez Villena como iniciadores en Cuba del Marxismo Fundacional Latinoamericano –del que fuera Mariátegui figura cimera—, permite considerar el pensamiento martiano como un elemento articulador de las tradiciones nacionales revolucionarias latinoamericanas del siglo XIX que sistematiza y supera y el marxismo y el leninismo, también en la evolución de las ideas en lo que denominó Martí Nuestra América.
Entre las ideaciones mariateguianas, en que estos nexos de continuidad ruptura y superación con relación a las concepciones martianas se ponen en evidencia, habría que señalar:
a) La esclarecedora diferenciación entre el tradicionalismo burgués, glorificador de la perpetuación del pasado colonial y la externa, superficial y ahistórica exaltación de los aspectos folklóricos de la cultura incaica, y la nueva visión crítica y creadora de esa relación, que desarrollan los intelectuales revolucionarios peruanos, y sobre todo los marxistas de su generación, en las primeras décadas del siglo XX, desde las perspectiva marxista, leninista y también martiana de la historia como factor esencial para la comprensión del presente y la predicción y construcción del futuro, que tuvo como rasgo esencial la mariateguiana interpretación del problema indígena desde una perspectiva económico-social, vinculada estrechamente con el problema de la tierra
b) Los argumentos en torno a la cientificidad del marxismo y su vigencia para la comprensión y transformación de la realidad social desde la visión ecuménica que caracteriza las concepciones mariateguianas en relación con la profunda interrelación, en el siglo XX, de la revolución social y política, que Martí consideraba independientes en su momento, en tanto las concibe como procesos propios de pueblos naturales que luchan contra la dominación de las potencias de entonces que denomina pueblos históricos, y las sociales, engendradas en su interior, por las diferencias de clase, que cree posible evitar con el establecimiento de repúblicas verdaderamente democráticas en la América Nuestra.
Entre los presupuestos esenciales de la concepción materialista de la historia que Mariátegui como Mella y Villena asumen, y que al parecer Martí no llegó a conocer, están, por supuesto, la asunción de principios ontológicos y metodológicos de la filosofía marxista, que evidencian un profundo y consecuente cambio en la concepción del mundo, y en torno a su cognoscibilidad; en primer lugar, el que ha sido considerado como fundamental: el ser social determina la conciencia social, y la certeza del conocimiento de la realidad, posición asumida, como es lógico, por los marxistas cubanos y latinoamericanos de entonces y sus continuadores.
En su obra Defensa del marxismo Mariátegui insiste en una serie de principios que, emanados de su interpretación del marxismo y el leninismo, acusan no pocos elementos coincidentes sobre todo con el espíritu con que Martí se apropió críticamente de los elementos que estuvo en condiciones de asumir de la cultura de su época en este lado del mundo. Entre ellos pueden destacarse.
a) La distinción entre historia de la naturaleza y de la sociedad, a partir de la diferenciación entre las leyes que rigen estos procesos con relación a la voluntad del hombre y su actuación práctica, y la oposición consecuente del traslado de los métodos de las ciencias biológicas a las ciencias sociales. Para Mariátegui “… esta adaptación… de una técnica científica a temas que escapan a su objeto, constituye un signo de diletantismo intelectual. Cada ciencia tiene su método propio, y las ciencias sociales se cuentan entre la primeras que reivindican, con mayor derecho esta autonomía”.
b) La reafirmación martiana del carácter necesariamente científico de la política como ciencia, de su aplicación práctico-revolucionaria y de su necesaria fundamentación en la historia. Mariátegui insiste en que la teoría y la política de Marx se cimentan invariablemente en la ciencia, no en el cientificismo, “Y en la ciencia quieren reposar hoy… todos los programas políticos, sin excluir los más reaccionarios y anti- históricos”.
c) El determinismo, ajeno a todo reduccionismo simplista, negador del lugar y el papel de la voluntad , los ideales, sentimientos y valores en la actuación de los hombres en el seno de la sociedad, evidencian los nexos de estas ideas mariateguianas con el reconocimiento del lugar y el papel de lo que para Martí era la espiritualidad humana -en el sentido de conciencia individual y social en el lenguaje marxista- y de la regularidad de la historia que el Maestro reconoció siempre, aunque no llegara comprender plenamente el contenido de las leyes sociales. :
“Nada es un hombre en sí, lo que es, lo pone en él su pueblo. En vano concede la Naturaleza a algunos de sus hijos cualidades privilegiadas; porque serán polvo y azote si no se hacen carne de su pueblo, mientras que si van con él, y le sirven de brazo y de voz, por él se verán, encumbrados. Los hombres son productos, expresiones, reflejos. Viven en lo que coinciden con su época o en lo que se diferencian marcadamente de ella (…) no es aire sólo lo que les pesa sobre los hombros, sino pensamiento.
d) En esta misma dirección, el Amauta refuta la falacia del carácter economicista de la ideología del proletariado: “El marxismo, donde se ha mostrado revolucionario -vale decir donde ha sido marxista- no ha obedecido nunca a un determinismo pasivo y rígido.”
e) En Mariátegui, como en Martí, para que las masas populares, incluidos los obreros, pudieran ser los verdaderos jefes de las revoluciones, tenían que convertirse en masas cultas, la práctica, incluida la labor ideológico–cultural de la organización revolucionaria, sería un elemento esencial en ese proceso.
f) En el mismo sentido en que Martí advirtiera a los obreros norteamericanos –una vez que llegó a la conclusión de que en ese país la revolución social resultaba inevitable–, que para poder llevarla a cabo necesitaban convertirse en masas cultas, Mariátegui insiste en que el socialismo no será posible “…antes de que el proletariado adquiera conciencia de su misión, y se organice y discipline políticamente. La premisa política, intelectual, no es menos indispensable que la premisa económica.”
g) Del mismo modo que para Martí resultaba imprescindible que las condiciones de la opresión colonial se agudizaran, para que la independencia se sintiera necesaria e inevitable, al tiempo que insistía en que era igualmente importante la comprensión de que la única solución posible era la revolución, para el marxista y leninista Mariátegui, “No basta la decadencia o agotamiento del capitalismo. El socialismo no puede ser la consecuencia automática de una bancarrota; tiene que ser el resultado de un tenaz y esforzado trabajo de ascensión”.
Siguiendo los presupuestos esenciales de la concepción materialista de la historia, Mariátegui coincide con los aspectos fundamentales que permitieron a Martí una ruptura radical con las concepciones liberales –entre 1886’ y 1887–, en lo que respecta al análisis de la sociedad de su época, a partir de la defensa de la cognoscibilidad de los fenómenos sociales, teniendo en cuenta el acercamiento a los problemas de la vida social, mediante el análisis de situaciones concretas, vivas; la defensa de las perspectivas gnoseológicas en los estudios sociales; el rechazo del subjetivismo en el conocimiento político.
Se ha afirmado que, en Martí, la polémica en torno al imperialismo no se desarrolla únicamente en el plano de los derechos humanos que no niega, sino, además y sobre todo, en el de las condiciones económico–sociales concretas de los pueblos y en el movimiento histórico que había conducido a tales afanes de dominación que denuncia como peligro inmediato para nuestra América. Es en esta línea en la que se inserta el marxista y leninista peruano, dando continuidad superadora a los atisbos martianos, cuando plantea que el socialismo “moral” conduce sólo al más estéril romanticismo humanitario, lo que “… equivale a retraer al socialismo a su estación romántica, utopista, en que sus reivindicaciones se alimentaban, en gran parte, del sentimiento y la divagación de esa aristocracia que… soñaba con acaudillar una revolución de descamisados y de ilotas”.
A modo de resumen final, puede plantearse que Martí, en tanto síntesis radicalizadora de las tradiciones nacionales y continentales revolucionarias, coincidió con Bolívar y con otras grandes figuras de las revoluciones anticolonial latinoamericana y cubana del siglo XIX, en aspectos esenciales de su ideario nacional liberador con relación a la dominación colonial española: la unidad latinoamericana frente a las ansias de dominación norteamericanas en el continente, en lo que se refiere a la abolición de la esclavitud a partir de la asunción de concepciones emanadas de las consignas de la Revolución Francesa, libertad, igualdad, justicia social, el enfrentamiento al anexionismo, entre otros postulados radicales.
Pero a fines del siglo XIX había cambiado la composición clasista de las sociedades latinoamericanas: el colonialismo ibérico iba derivando hacia el neocolonialismo bajo el dominio de las grandes potencias capitalistas de le época, principalmente los Estados Unidos; la eliminación de la esclavitud directa no había suprimido la explotación de las masas trabajadoras sumidas en la miseria. Martí concibió entonces la posibilidad de una república de justicia social para los humildes mediante la distribución equitativa del producto del trabajo y la propiedad social de la tierra y los servicios públicos, sin la eliminación de toda forma de explotación del hombre por el hombre.
Con posterioridad a la Revolución Mexicana y la de Octubre, en medio del proceso de consumación de la dominación imperialista sobre los pueblos latinoamericanos, se hizo evidente que lo que Martí llamó Segunda Independencia, constituía todavía un objetivo a lograr, pero insuficiente en tanto la dominación imperialista sobre nuestros pueblos tenía como mediadores a la burguesía y los terratenientes, cuyos intereses marchaban vinculados a los de los Estados Unidos. La república con que soñara Martí al radicalizar, sistematizar y sintetizar los objetivos de las luchas nacional liberadoras que encabezara Bolívar en Tierra Firme, superándolos sin duda, al plantear no sólo la igualdad legal y política, sino también la social, resultaba imposible de alcanzar en el siglo XX, sin vincular las luchas contra el neocolonialismo con el enfrentamiento al capitalismo en aras de la transformación radical del sistema en lo económico, político, social y cultural, cuya comprensión él mismo había reclamado, en el caso de los Estados Unidos, a los obreros norteamericanos.
Para Mariátegui, como para Mella y Villena, la revolución nacional liberadora, para asumir realmente el objetivo de emancipación humana, tenía que devenir anticapitalista. En el nuevo sujeto revolucionario no cabían ya los terratenientes de la etapa bolivariana, ni siquiera los propietarios de empresas privadas no monopolistas, que Martí no excluía, aunque considerara a los obreros como la clase más confiable en la lucha por la independencia. Ese sujeto tenía que ser integrado por los obreros, los campesinos, la pequeña burguesía, los intelectuales los negros, indios y mestizos a los que Mella y Villena y Mariátegui prestaran tanta atención.
La asunción del marxismo y el leninismo en el siglo XX, no por casualidad estuvo precedida por la influencia, más o menos directa, de las ideas martianas no sólo en Cuba, sino también –en alguna medida– en el continente latinoamericano. Martí devino elemento articulador entre las tradiciones nacionales revolucionarias que le precedieron y la ideología del proletariado en Cuba. Tanto Mella y Villena, como Mariátegui, el Che y Fidel Castro, habían asumido el marxismo y el leninismo en estrecha articulación con esas tradiciones revolucionarias desde la influencia martiana o han coincidido con las aristas más radicales de no pocas de sus ideaciones.
Martí, tempranamente en contacto con la esclavitud del negro en su Isla y con los pueblos originarios en periplo por varios países latinoamericanos, y por su estancia en los Estados Unidos, se percató de la bárbara explotación y el exterminio masivo a que eran sometidos. Defendió la idea del carácter mestizo de los seres humanos y de la cultura de los pueblos de este lado del mundo. Su diáfana defensa contra toda forma de discriminación racial y etno-cultural, quedó explícitamente planteada en su pensamiento y en su acción revolucionaria. Las posiciones de Mella y Villena en favor de la igualdad de negros y blancos, tuvo, –como en el antimperialismo–, su fuente nutricia en la obra del Maestro.
En Martí tienen también un antecedente las ideas de Mariátegui en defensa del lugar y el papel de las tradiciones de los pueblos originarios y de la esencia mestiza los pueblos latinoamericanos que, como el Perú, constituyen las tres cuartas partes de su población.
En el antológico ensayo Nuestra América, publicado en México en 1891, Martí afirma:
¡Estos nacidos en América, que se avergiienzan porque llevan delantal indio, de la madre que los crió, y reniegan. ¡bribones!, de la madre enferma, y la dejan sola …! Pues, ¿quién es el hombre? el que se queda con la madre, a curarle la enfermedad, o el que…vive de su sustento en las tierras podridas, con el gusano de corbata. maldiciendo del seno que lo cargó …? ¡Estos hijos de nuestra América, que ha de salvarse con sus indios, y va de menos a más; estos desertores que piden fusil en los ejércitos de la América del Norte, que ahoga en sangre a sus indios y va de más a menos…!
Lo hasta aquí expuesto nos permite comprender las razones por las cuales, de una forma u otra, tanto Mella como Mariátegui y sus continuadores, han vuelto al análisis tanto del pensamiento martiano como del mundo sobretodo espiritual del incario respectivamente, desde la concepción materialista de la historia, en el caso del cubano para desentrañar en las aristas más radicales del ideario del Maestro, aquello que no sólo mantiene actualidad, sino también, a veces subyacentemente, sino que podía conducir a la articulación de la ideología del proletariado, desde una perspectiva crítica martiana, marxista y leninista. En las indagaciones de Mariátegui, para demostrar que el problema del indio en Perú, tenía una connotación económica, clasista, vinculada a la feudalidad presente en la sociedad de la época, imposible de resolver en la esfera de la educación, el problema del indio era y sigue siendo, el problema de la tierra. “No nos contentamos con reivndicar el derecho del indio a la educación, a la cultura, al progreso, al amor y al cielo. Comenzamos por reivindicar, categóricamente, su derecho a la tierra”.
En ambos casos, el objetivo supremo, entre otros, fue el enfrentamiento a las acusaciones al marxismo y al socialismo, como tendencias exóticas, imposibles de aplicar en este lado del mundo. Para las figuras cimeras del marxismo fundacional latinoamericano, especialmente Mella y Mariátegui, la historia y en su contexto las tradiciones nacionales revolucionarias, devienen punto de partida para, como afirmaran ambos, comprender el presente y proyectar el futuro tal como las concibieran Martí, Marx, Engels y Lenin.
La comprensión plena de lo que ocurre en nuestros días en América Latina, pasa necesariamente por el conocimiento a fondo de este proceso de desarrollo de las ideas revolucionarias en el continente.
Notas y referencias.
1 Ver: Olivia Miranda Francisco. Historia, cultura y política en el pensamiento revolucionario de José Martí. Editorial Academia, La Habana, 2002 y en filosofia.cu, subcomunidad virtual, Cátradra de pensamiento cubano “José Martí”
2 José Martí, Obras Completas, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1975, T. 4, p. 229
3 . Para más información sobre el tema ver: Olivia Miranda Francisco, Tradiciones nacionales revolucionarias, marxismo y leninismo en el pensamiento cubano, en. filosofia.cu, subcomunidad virtual, Cátedra de pensamiento cubano “José Martí” y en Editorial Pueblo y Educación, La Habana, 2005.
4 El hecho de que casi sin excepción, los marxistas y leninistas cubanos accedieran a la ideología del proletariado a partir de una inicial formación martiana que, por razones históricas, ha sido directa y profunda, nos ha permitido considerar esta articulación como una regularidad del proceso de desarrollo del pensamiento revolucionario cubano en el siglo XX..
5 Ver: José Carlos Mariátegui. “La unidad de la América indoespañola”, en Obra política, Ediciones Era, México D. F., 1984.
6 Fidel Castro. Fidel y la religión. Conversación con Frei Betto. Oficina de Publicaciones del Consejo de Estado, La Habana, 1985. p. p. 158 y 159.
7 Ver Aníbal Quijano. Introducción a Mariátegui, Ediciones Era, Lima, 1982.
8 Por tales razones, la obra escrita que nos legaron estuvo condicionada en lo esencial por la coyuntura política y socioeconómica. que se genera en Cuba entre las dos etapas de la crisis económica mundial (1920–1921) y (1929–1933), momento en que culmina el proceso de conformación de la llamada crisis permanente de la economía cubana, en el ámbito de la primera experiencia neocolonial norteamericana en el continente, iniciada a partir de establecimiento de una república formal lastrada por la Enmienda Plat, que convirtió a la mayor de las Antillas en puente natural de la penetración de los monopolios norteamericanos en el resto de la América Latina – Perú incluido – y de la consecuente dependencia política que todavía hoy sufren estos pueblos bajo los designios actuales de la mundialización.
9 Ver: José Martí., Obras completas, ob citT.VIII. p. 157
10 J. Martí, Ob cit, T. XXI, p.p.75 76
11 Ver José Ignacio Rodríguez. “Martí y el Partido Revolucionario Cubano”, en Casa de la Américas, Año XIII, N 76, enero- febrero, 1973, p. 98. …les predicaba …el odio al hombre rico, cultivado y conservador, introduciendo así en el problema cubano un elemento que hasta entonces había sido desconocido, pues todos los movimientos del país habían partido siempre de las clases altas y acomodadas; y el odio a los Estados Unidos de América a quienes acusaba de egoístas, y a quienes miraba como el tipo de una raza insolente, con quien la que dominaba en los demás países de la América continental, tenía que luchar sin descanso… junto a la convicción de que era imposible toda unión entre españoles y cubanos,
12 Julio Antonio Mella. “Glosas al pensamiento de José Martí”, en: Mella Documentos y artículos, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1975, p.268.
13 Ibidem, p. p. 268 – 269.
14 Documento escrito por Martí y firmado conjuntamente con M. Gómez que contenía el programa de la Revolución.
15 Enrique José Varona (1839—1933) Filósofo cubano de filiación positivista en la segunda mitad del siglo XIX, sustituye a Martí en la dirección del periódico Patria
16 Ibidem, p. 269
17 José Carlos Mariátegui. “La unidad de la América indoespañola”, en Obra política, Ediciones Era, México D. F., 1984.
18 Ver Isabel Monal. “Mariátegui en sus encrucijadas”, en: Mariátegui en el pensamiento actual de nuestra América, en: Cuadernos Casa, Empresa Editorial Amauta y Casa de las Américas, Lima y La Habana, 1994.
19 Ver José Carlos Mariátegui. Defensa del marxismo , Empresa Editorial Amauta, Lima , Perú, 1987
20 Ibidem. p. 25.
Ver: José Martí “Un Congreso Antropológico en los Estados Unidos”, en Obras Completas, Ed. de Ciencias Sociales, La Habana, t. 11.
21 José Carlos Mariátegui, Defensa Del marxismo, ob cit. p. 46
22 José Martí, Ob cit.,:XIII, p. 34. 1975.
23 Ibidem, p. 67
24 Ibidem, p. 67. “Marx no podía concebir ni proponer sino una política realista y, por esto, extremó la demostración de que el proceso mismo de la economía capitalista, cuanto más plena y vigorosamente se cumple, conduce al socialismo; pero entendió siempre como condición previa de un nuevo orden, la capacitación para realizarlo, a través de la lucha de clases”.
25 José Carlos Mariátegui. Defensa Marxismo, ob. cit, p.p. 87 — 88
26 Ibidem, p. p. 87 – 88
Ver: José Martí. “Democracia práctica”, en obra citada, t. VII.
27 Isabel Monal. “José Martí, del liberalismo al democratismo antimperialista”. En, año 1973, N. 76.
La autora plantea que la política y la sociedad no fueron concebidas por Martí como asuntos puramente teóricos, sino como cuestiones vivas y concretas, que debían ser analizadas con el propósito de actuar sobre ellas de acuerdo con fines y objetivos fijados de antemano. Se trata de una nueva concepción de la relación teoría y práctica, consecuente, como veremos, con la doble significación que asigna a la política como ciencia teórica y, en su aplicación, a la dirección de una sociedad históricamente concreta
28 José Carlos Mariátegui. Defensa del marxismo, obra citada Ibidem, p. 71.
29 José Martí, Nuestra América, en Ob cit, T. 6, p. 16.
30 José Carlos Mariátegui. El problema del indio, en: Siete ensayos(…) Editorial Amauta, Lima, 1998, p. 50
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* Ponencia presentada en el I Simposio Internacional José Martí, de cara al sol, realizado en la Facultad de Letras y Ciencias Humanas de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos (UNMSM) de Lima Perú.
** Olivia Miranda Francisco (La Habana, l940). Maestra, Licenciada en Lengua y Literatura hispánica, Doctora en ciencias filosóficas. Investigadora Titular del Instituto de Filosofía (Cuba). Se ha interesado por el pensamiento cubano, la articulación del marxismo con las tradiciones nacionales revolucionarias y por el marxismo latinoamericano, sobre todo en José Martí y José Carlos Mariátegui.