Por: Rolando Breña
Quienes hayan leído nuestra columna anterior, podrían concluir que los vendedores ambulantes, serian para nosotros un dechado de virtudes. Sabemos que no es así. También colaboran con los males de la ciudad. Agregan basura y desperdicios, ruido y estridencias, dificultan el desplazamiento de peatones y la circulación de vehículos, expenden productos piratas y de contrabando, añaden contaminación ambiental, etc. No son el origen de esos problemas, se han convertido en parte de ellos, no de manera voluntaria sino empujados por la obligada migración interna, el desempleo o empleo precario. Por eso, las soluciones de desalojo o reubicación nunca serán las más correctas ni las definitivas. Podremos desembarazarnos de ellos solo por breves periodos, mientras los desalojados organizan su retorno o los reubicados son reemplazados por los siguientes migrantes o desocupados, arrojados a la vía pública por la edad, los despidos o la incapacidad del mercado laboral para absorberlos. No es pues un asunto que puedan resolver los propios ambulantes o los municipios con sus huestes de serenazgo, decomisos, multas, represión o golpizas.
Tampoco las furibundas condenas en nombre de la salubridad, del orden, de la seguridad, de la moral. Es un fenómeno no deseable que acompaña a los modelos y políticas económicas seguidas hasta hoy.
Por otro lado, nadie puede cerrar los ojos a la importante contribución que dan a sectores sociales con menos recursos adquisitivos, satisfaciendo necesidades inmediatas, aunque sea sin todas garantías y seguridades, que tampoco podrían cubrir ni siquiera en términos precarios en los circuitos normales o legales.
Más aun, en la práctica, casi todos acudimos alguna vez a los vendedores ambulantes. Desde los madrugadores emolienteros con sus desayunos de quinua o maca, pasando por los huevitos de codorniz, las yuquitas fritas, el maní confitado y las habitas fritas o cocidas, las bolsitas de fruta fresca y pelada, las distintas clases canchita, las papas y choclos calientes con queso y ají, los caramelos y chicles que canta Micky Gonzales, utensilios caseros de todo tipo y calidad; los chifas, fritanguitas y anticuchos, alitas, riñoncitos, ceviche de carretilla y a todo precio; libros, discos y miles de objetos y servicios de los más necesarios, raros o curiosos…
Y todo tiene público consumidor, algunos aparecen en los amaneceres, otros al medio día y muchos son nocturnos; siempre en guerra con los serenos y sus perros, en guerra entre ellos mismos por minúsculos espacios en las aceras o en los parques.
Tampoco las grandes empresas formales tendrían mucho que quejarse. Son un medio de comercialización dinámico que les permite deshacerse de excedentes de producción, de los que tienen cercana la fecha de vencimiento, aumentar sus ventas sin las complejidades de las vías normales y con más utilidades, probablemente.
Está demostrado que todos los vendedores ambulantes ven su actividad solo como un medio pasajero de ganarse la vida. Su movilidad económica, social, educativa es constante. Han construido emporios comerciales y empresariales en casi todos los rubros (Gamarra, Polvos Azules, La Cachina, Las Malvinas), restaurantes afamados tienen sus orígenes en carretillas de esquina o fabricas diversas que nacen en un pedazo de plástico en las aceras o de mercaderías llevadas en el hombro, así como los nuevos referentes del diseño y la moda. Interminable seria recordarlos.
Economistas y Sociólogos concuerdan en que esta inmensa masa, ha sido una especie de “colchón” que atenúa enormemente las consecuencias de las crisis económicas, neutralizando, evitando o debilitando probables estallidos sociales. Recordemos que Sendero Luminoso trabajó bastante para ganarlos, mientras que gobiernos, municipios y los grandes sectores formales y sus partidos lo que hicieron fue criminalizarlos y reprimirlos.
Mientras se glorifiquen las “bondades” de las actuales políticas económicas exclusivamente en términos de crecimiento, sin tener en cuenta desarrollo integral y sostenible los ambulantes serán de presencia obligada y numerosa.
En el Perú de hoy acceder a un empleo formal y remunerado adecuadamente o recuperarlo, es muy difícil, largo y costoso. Así lo precisa el Banco Central de Reserva en un documento titulado “La duración del desempleo en Lima metropolitana”. Indica que al sexto mes de encontrarse desempleado el interesado recién se “estabiliza”. Nos parece muy optimista. Hay desempleados permanentes y demasiados trabajadores eventuales e innumerables “cachueleros”. También es optimista afirmar que tres meses es el tiempo en que el desempleado pueda encontrar empleo.
El que tiene la desgracia de quedar desempleado, tiene pocas oportunidades de recuperarlo. La sociedad, el gobierno, prácticamente ya no los toma en cuenta y cada uno tiene que ver por sí mismo. Se convierte en una necesidad absoluta crear su propia fuente de sobrevivencia, mejor si es afín a sus antiguos ocupaciones, o como sucede casi siempre, en lo que se pueda encontrar.
En fin, los vendedores ambulantes no son una plaga o un mal necesario. No son los indeseables que unos ven o los pobrecitos digno de compasión que otros creen. Son trabajadores que quisieran encontrar empleo formal y decente. Hagamos lo posible para que así sea.
¿Y qué gran ciudad no tiene vendedores ambulantes? Roma, Moscú, Paris, Londres, Madrid, México, Buenos Aires, Rio de janeiro, Nueva York, Pekín, Nueva Deli…