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Por: Julio Yovera
Viendo al alcalde Castañeda, apresado en su inquina y desprecio, recordamos que el fundamentalismo es dogmático y la soberbia atrevida. Y es que la campaña que esta autoridad ha emprendido contra los murales, avergüenza al género humano.
Que todo reaccionario es oscurantista, que los seres mediocres son vengativos, que el alcalde de Lima tiene esas y otros deformaciones, lo sabemos y de sobra. Lo que no conocíamos del todo era su odio a la cultura.
A dos fascistas, Hermang Goering, estrecho colaborador de Hitler (admirado por algún congresista del Perú de aspecto nada ario) y Millan Astray, franquista hasta la descomposición, les atribuyen la frase: “cuando oigo hablar de cultura, saco mi pistola”. El alcalde no saca a relucir pistola alguna, pero sí su monumental ignorancia.
La racionalidad y la lógica no alcanzan para comprender la conducta de quien dirigirá la comuna por cuatro años. Solo queda buscar en la psicología las causas de esa conducta, más cuando se trata de un personaje que tiene a su favor una victoria electoral inobjetable.
Castañeda tiene un complejo adánico. Cree que la historia de Lima, o su “mejora”, empiezan con él. La verdad es que, ni la historia empieza con él ni su gestión es la mejor.
Antes de la llegada de los españoles, el alcalde de Lima era un nativo de nombre Taulichusco, entonces la apacible urbe era parte de un valle tranquilo, asentamiento de una población agrícola sobre el cual se erigió lo que hoy es la inmensa y desordenada ciudad.
¡Qué bueno sería levantar un mural sobre el origen de la ciudad capital!
Posteriormente, Lima se convirtió en el eje estratégico del Virreinato, las “tres veces coronada ciudad”, fue el lugar desde donde se operaba el destino de la Colonia y la suerte de millones de gente que carecían de derechos, pero que tenían la obligación de tributar.
El poeta Bertolt Brecht, la aludió en un conocido poema:
“¿En qué lugar de Lima, la dorada,
vivían los que la construyeron?”.
A lo largo de su vida, muchos poetas escribieron sobre Lima.
Al paso de los años, la ciudad concentró a la elite que trabajó por la Independencia.
Y, hace un siglo, empezó un peregrinaje de la gente de pensamiento, ideas, cultura. Desde todos los puntos del país venían a Lima y ésta se convirtió en un destino obligado del espíritu.
Hace más de 50 años recibió un flujo migratorio intenso, que le causó vahídos y mareos a la aristocracia de entonces. Este fenómeno, Matos Mar, calificó de “desborde popular”.
¡Qué hermoso sería tener una antología editada por el Municipio de la poesía dedicada a Lima! y de paso, un pasaje visual de los hitos de su historia.
En Lima hubo alcaldes de todos los tipos: algunos previsores y planificadores; y, los más absolutamente ineptos.
La gestión de Castañeda estará asociada al caos en el transporte, a la inseguridad ciudadana, a los hechos ilícitos y oscuros como el de COMUNICORE, a los mastodontes de cemento, que sin duda, se harán.
¿Y la cultura? quizá más adelante el alcalde intentará hacer algo por ella, pero estamos seguros que no se borrará del pensamiento de la colectividad el atentado contra la cultura viva. Barrerse de plano, al estilo de las barras bravas, los testimonios de gente que hay que estimular a su realización como artistas, no tiene nombre.
La UNESCO y la pedagogía, señalan: que a los niños debemos enseñarles a apreciar el arte, fomentar su creación, pues, sensibiliza el alma y agudiza la inteligencia. El alcalde y su gente no están informados de esto.
Se dice que el pueblo tiene la autoridad que se merece. En verdad, creemos que el pueblo de Lima no se merece un alcalde como éste.