Jorge Acuña, la palabra del silencio

Por: Julio Yovera B.

Tratándose del juglar del mimo peruano podemos decir, sin temor a equívoco, que si bien la cita bíblica dice, que el verbo se hizo carne; el silencio de Jorge Acuña se hizo espíritu y es con éste que se expresa, valiéndose de las formas más antiguas: el lenguaje gestual o  mímico, que Jorge ha hecho suyos, para que las palabras y los gritos de los desheredados de la tierra se hagan oración, demanda, reclamo, grito de combate.

El silencio del mimo es el grito de un juglar de todas las sangres; de un aeda de la tierra, que se atreve, con su mudez, jalonear a aun poder sordo; y, entonces, por antítesis, genera amor y solidaridad entre los pobres y odio entre los poderosos.

Acaso el silencio expresivo de Acuña sea de la misma fibra del silencio verbal del poeta que, por amor a los suyos, llegó temprano a la conclusión que “solo era un hombre triste / que agotaba sus palabras”. Decidió entonces, aquel mozo que sentíase río, subir al monte y cambiar su palabra poética y profética por una flor de pólvora y un rayo de ira. Intentaba acabar con un mundo basado en la desigualdad, en la exclusión, en la marginalidad y la violencia.

No nos vengan, los señores del robo y del saqueo, a decirnos que la violencia es únicamente la indignación a tope de los resentidos “antisociales”. Violencia también es el hambre; violencia que la forma de vida que llevan los humildes; violencia es la indiferencia de las autoridades que saquean el erario nacional. Ayer, como ahora, a los pobres se les condena a comer lo que es francamente degradante y perverso.

Acuña nos despierta ternura por el hombre de la sopa miserable, por el hombre que en una noche siente que el mundo debe tener siempre una luz que lo ilumine, por muy tenebroso que sea el túnel de la vida. Acuña nos despierta solidaridad por el hombre que huele la leche pero no puede beberla porque está destinada a las ratas y ratones. Esto lo veo como una metáfora de esas que se parecen a las piedras, es decir, concretas y ciertas.

Conocemos a Jorge Acuña desde sus primeras jornadas de Quijote. Su paso por las aulas lo acercó al gremio magisterial y por su desenfado y por el hecho de abrir su propia aula abierta en una parte de la Plaza San Martín, cuando fue despedido de su centro de trabajo. Los maestros y todos los que estuvimos en las filas de la lucha social en la década de los 70s, lo vimos desafiante, enhiesto, rebelde, haciendo magisterio con el arte.

Quien no lo recuerdo exhibiendo aquella frase luminosa del Amauta José Carlos Mariátegui: “La burguesía quiere del artista un arte que corteje y adule si gusto mediocre��. Allá los convenidos que sacrifican su arte para ponerse al servicio de esa burguesía mediocre.

Los grandes artistas, como Vallejo, Heraud, Neruda, Nazim Kimet, Bertolt Brehct, francamente son irrepetibles por su persistencia y su coraje. Y lo mismo podemos decir de Goya, de Velásquez, de Picasso, y, entre nosotros, de Humareda, de Sabogal, de Quintanilla.

Hoy Jorge, el genial mimo del silencio, viene a nosotros. Después de cerca de 30 años de su partida a Europa, se reencuentra con su público. Ya no traza la tiza para fijar los linderos de su espacio. Ya no lo hostiliza la policía al servicio de Morales Bermúdez.

Queridos camaradas, Jorge está con nosotros. Silencio. Silencio. Jorge Acuña se va a comunicar con nosotros.

Muchas gracias.

Julio Yovera.