¿Interpelación?

Por: Rolando Breña

Habíamos afirmado tiempo atrás, que algunas atribuciones constitucionales del Congreso no servían para nada. No tienen el valor del papel ni la tinta en las que están escritas. Menos aún, todo el tiempo, la saliva y el dinero de las largas discusiones previas a su aprobación en la llamada “Asamblea Constituyente Democrática”, el engendro que la dictadura fujimorista nos impuso a punta de fraude. Y no porque ellas (interpelación, estación de preguntas, pedido de informe) sean inservibles “per se”, sino porque han sido diseñadas de tal manera que siempre resulten inocuas; así, la fiscalización y el control político resultan “agua de malvas”. Aunque su ejercicio esté preñado de violencia verbal, gritos, insultos, gruñidos y hasta mordiscos, amagos de violencia física, el producto del alumbramiento es nada, no arrastra consecuencia alguna. Recordemos solamente todo lo que vivimos hace pocas semanas con la tremenda bronca que se armó con el asunto de los lobbies y la andanada contra el ministro de Energía. Fue interpelado en los términos más duros, su caída parecía inminente, pero ahí está incólume, y la inicial seguridad opositora de paso de vencedores se trocó en derrota y humillación.

Posiblemente, para recuperar aire y reiniciar su ofensiva, la oposición parlamentaria escogió como blanco aparentemente más cómodo para otra interpelación al Ministro del Interior Urresti; criticado desde diferentes flancos, todos los días al centro de los reflectores mediáticos y políticos, de lengua fácil y confrontacional, aparecía como un bocado menos complicado de tragar y digerir. Pero tampoco los resultados salieron a pedir de boca. Ministro y oposición salieron chamuscados.

Al final, nadie sabe cuáles fueron en realidad los temas tratados, menos, por supuesto, medidas políticas o alternativas.

Como es sencillo de constatar, lo que ha quedado de la comparecencia del Ministro es la anécdota, los adjetivos, los gritos, las suspensiones del Pleno, los chistes y las risas.

Siendo justos, Urresti se defendió con todo. Aunque sus respuestas no aclararon casi nada, ni plantearon cosas nuevas o dignas de resaltar. Tampoco sus críticos salieron mejor parados. Ninguno de los congresistas puedo demostrar conocimiento sobre los asuntos de seguridad pública, nadie crítico o cuestiono desde los terrenos de la estrategia o las políticas; menos asomó en las intervenciones algún lineamiento o propuesta más o menos seria a ser tomado en cuenta como elemento para un diseño de seguridad pública. Fue un ida y vuelta accidentado, de menor cuantía. Los picos del “debate interpelatorio” sirven para una sonrisa piadosa, la risa forzada o el gesto  de ira. No contribuyeron al debate con soluciones, tampoco al conocimiento de los problemas de seguridad; si, a reiterar la inoperancia de las formas de control político parlamentario.

El ministro del interior hasta se atrevió, con toda razón, a exigir la presencia de los congresistas durante su intervención. La Presidenta fue obligada a suspender el Pleno frente al irresponsable ausentismo de sus colegas que, con esta actitud, vuelven a enviarnos el mensaje que los problemas del país son para ellos simples instrumentos de política menuda, de demagogia y confrontación artificial.

No se puede resistir la parte correspondiente a la intervención del congresista Kenji Fujimori, que casi en media lengua o en semitrabalengua, para nombrar al ministro lo hizo aludiendo al “Caballero de la Noche”, llamándolo Batman, ídolo de piel de barro o de yeso y hasta Guasón, el payaso delincuente de Cuidad Gótica. Qué nivel. Qué lenguaje. Qué argumento. Qué comparación. Qué congresista. No es verdad que los pueblos tengan los congresistas que se merecen.

Hasta un congresista habitualmente más prudente y cercano a la neutralidad como Martín Belaunde, llamó al Ministro Increíble Hulk, doctor Jeckill y Mister Hyde.

Podríamos decir que mejor hubiera sido que no haya interpelación. Todos hemos perdido. Quizá es la oposición parlamentaria la que salió más maltratada. Sus ínfulas de desbaratar al Ministro y propiciar su eventual censura tendrán que esperar otra ocasión. La espera se puede hacer bastante larga con la caída de Benedicto Jiménez. Y Urresti lo sabe muy bien, porque inmediatamente se trasladó a la ciudad de Arequipa para pescar dividendos de la detención y dar, con su inveterada costumbre, la conferencia de prensa obligada.

Se dice que Urresti fue a supervisar el traslado de Benedicto Jiménez a Lima. ¿Supervisar qué? Estamos convencidos que cualquier policía sabe más que el Ministro cómo custodiar y como trasladar al detenido. No nos vengan a decir que es el propio ministro quien verificará cada paso. Pero como conocemos las debilidades mediáticas de Urresti, si pudiera hacerlo, es capaz de hacerse fotografiar o grabar hasta poniendo las esposas a Jiménez o manejando el vehículo que lo trajo.

Algunos parlamentarios aducen que fue la interpelación la que precipitó y produjo la detención de B.J. Este argumento es ciertamente una especie de premio consuelo que quieren darse a sí mismos para no sentirse más trasquilados como cuando fueron por la lana del Ministro.

Otros aseguran que es la capacidad de la policía la que tenemos que valorar y no la del Ministro.

Sea como fuere, sin duda alguna, este arresto procura oxígeno al Ministro del Interior y, como lo expresamos, sabrá extraerle todo el provecho posible.