MIRADA ZURDA
-
OPINIÓN
-
CULTURA
ARCHIVOS
VIDEOS Y ENTREVISTAS
Documento sin título Get the Flash Player to see the wordTube Media Player.
Por: Julio Yovera.
Entre danzas, canciones, palmas y lágrimas lo llevan al maestro. De rato en rato, una arenga salida de una garganta herida por el dolor, lo llama: “Máximo Damián!”. Todos responden “¡Presente!”. Así se confirma que se va y se queda con nosotros para siempre.
Don Máximo era el hombre del violín telúrico, instrumento que si bien fue traído de otras latitudes, a los hombres sensibles de los pueblos andinos, les sirvió para arrancarle notas musicales, que eran como la voz honda de la tierra, el chasquido de las hojas secas, el deambular del viento, la caída de las gotas de lluvia sobre las piedras de millones de años.
El hombre andino se empoderó de todo cuanto trajeron los invasores. Y por eso Don Máximo, desde niño, encontró en el violín una manera propia de expresarse.
Ahora ingresa al Cementerio El Ángel en un cajón, cargado y acompañado por gente que lo ama. El sol está agresivo pero eso no impide que lo despidan entre llantos y aplausos. Están ahí, sus seres queridos, muy cerca del ataúd, la compañera de toda su vida, Isabel Asto. Están también los artistas, cantantes, músicos, danzantes de tijeras, pintores; la gente que ama su música porque sabe lo que representa para la cultura del Perú o por gente sencilla que simplemente le gusta la música de la querencia. En las interpretaciones del maestro Damián, todos los elementos y fenómenos de la naturaleza conforman una unidad dialéctica originaria.
Cierto que, por ignorancia o porque aún no somos una sociedad integrada o porque el neoliberalismo ha idiotizado a la gente, ésta, mayoritariamente, no sabe que Don Máximo, es uno de los hombres más representativos del siglo XX y XXI.
La televisión basura no da cultura. Sabemos cuán pendiente está de escándalos y crímenes; y, la conocemos solícita y sobona, cuando se trata de cubrir detalles de los funerales de los figurones que le son placenteros al sistema y a la ganancia del ogro capitalista. Por todas esas razones, entendemos su desinterés y su indiferencia frente a la muerte de Máximo Damián.
Como en el poema de Vallejo, Don Máximo siguió muriendo, de indiferencia de parte de un gobierno que en materia de cultura también camina sobre las huellas del desgobierno delincuencial de Fujimori, que saboteó todo homenaje a Vallejo con motivo del centenario de su nacimiento, porque “era comunista”, y con el mismo “argumento”, la cleptocracia del genocida García, impidió todo reconocimiento al Maestro José María Arguedas.
Si debemos ser imparciales, nosotros somos parte de esa indiferencia. ¿Cuántos hombres representantes de la cultura dejamos morir en este momento? ¿Hasta qué punto también nos influencia el neoliberalismo a nosotros que nos suponemos su sector contestatario? De paso, una observación: en el sepelio no vivimos ninguna delegación de esos jóvenes que acaban de propinarle una buena tunda al neoliberalismo; bien por esa victoria; pero, ojalá avancen y entiendan que la más brillante de las victorias reivindicativas, sin elevar la conciencia, no es más que gremialismo. De eso nos advertía el Amauta José Carlos Mariátegui.
El Maestro Máximo Damián – que sepamos – no llegó abrazar precisamente una opción política, pero no era necesario que lo haga para apreciar en él al hombre que fue capaz de hacer lo que quiso en el mismo corazón de una sociedad en el que se conjuga, en el espacio, los sectores más polarizados del país: los zánganos que viven bien explotando a la gente y la inmensa legión de peruanos que se han apoderado de los cerros en una rebelión que la entendió muy bien Mattos Mar y que incluyó a los artistas populares que tomaron Lima desde el interior y desarrollaron lo que podríamos denominar el arte y la cultura de la resistencia.
El maestro nació en San Diego de Ishua (distrito de Aucara), Ayacucho, región pródiga que suele dar sensibilidad al alma y el corazón de los que ahí nacieron. Su padre era violinista pero no quería que su hijo le siguiera los pasos, pues, pensaba, que de aguardiente no debe vivir, ni morir, el hombre; y es que en su pueblo, el artista no tiene otro futuro. El adolescente Máximo no se dejó llevar por esa idea y sentía seguramente de manera no racional aún que toda regla tiene su excepción. Y persistió en su empeño de tocar el violín.
El Maestro llegó a Lima en la década del 50 del siglo pasado. Avatares de la vida lo hicieron amigo de Arguedas y éste, esencia de mundo andino, advirtió su dimensión. Desde entonces se hicieron amigos para siempre; tanto así que cuando el autor de Los Ríos Profundos y Todas las sangres, decidió irse, pidió que a su última moarada lo acompañaron el chango de Don Jaime Guardia (cuya luz también se está extinguiendo) y el violín de Don Máximo Damián.
Ahora bajo un sol que todavía da batalla, en el interior del Cementerio, la gente no deja de decirle al maestro: “¡hasta siempre!”. Éste es un maestro es de aquellos que dejan huella para toda la vida. Por eso, el tributo de todas la voces.
Los asistentes le canta Coca Kintucha. Los Danzantes de Tijeras lo despiden con Agonía. El maestro Máximo Damián retorna al vientre de la tierra y sentimos que “Su corriente de siglos aleteando”