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Por: Luis Gárate
Tenemos en carrera a los candidatos, las encuestas y en voz de los principales analistas lidera la lista de preferencias la candidata Keiko Fujimori, que estaría por encima del 30 por ciento de intención de voto. Esa cifra aumenta considerablemente en la zona rural donde sube hasta 40 por ciento de intención.
En ese bolsón que se identifica con el fujimorismo hay varios sectores y factores analizar. Un sector, que podríamos llamar de las clases altas, vinculadas a importantes grupos empresariales, profesionales independientes y una tecnocracia neoliberal, se identifican con el fujimorismo por razones digamos casi naturales, porque ven en estos un garante de los negocios privados dispuesto a acciones autoritarias con tal de mantener un modelo de país y sociedad acorde a sus intereses. En ese sector hay por un lado conservadurismo ideológico en relación a una visión corporativa de la sociedad, muy vinculado a los valores tradicionales religiosos (tanto católico como protestante). En lo económico es muy liberal, o más bien neoliberal, pues creen que un Estado reducido al mínimo y una máxima liberalización de la economía, en la privatización de todo lo posible de la sociedad.
Hay otro sector, más bien de las “clases medias”, que también tiene un sentido aspiracional y se identifican con los valores conservadores. Se identifican con las opciones políticas de derecha ante el temor al terrorismo y habiendo vivido los efectos de la economía populista mal llevada por los gobiernos de Belaunde y luego el Apra, vieron en Fujimori una suerte de “salvador” del desastre económico y de la subversión.
Un tercer sector, el mayoritario, está en los sectores populares, de más bajos ingresos, tanto el urbano, periurbano como el rural, en los que la acción del gobierno fujimorista llegó a través de obras de saneamiento, electrificación, infraestructura educativa, o por algún gesto simbólico de presencia del Estado. No es casual que algunos importantes sectores sociales que antes se identificaron con la izquierda, lo hicieran luego con el fujimorismo que se supo acercar con un discurso y una práctica de ayuda a través de sus programas sociales.
En el votante fujimorista hay un sentido común que en realidad está muy difundido en la ciudadanía, que es que todos los “políticos son lo mismo”. Ven con buenos ojos la salida autoritaria, la “mano dura” para imponer un orden social, son altamente tolerantes al “roba pero hace obra” en una resignada actitud de que la corrupción es algo casi inevitable y que solo podemos esperar que se realicen obras públicas.
No es casual que en las últimas elecciones regionales y municipales el fujimorismo desplegara millonarias campañas en búsqueda que conquistar espacios y además posicionar el símbolo de actual referente “Fuerza Popular”. Actualmente la candidata Fujimori realiza una serie de giras provinciales y no escatiman en desplegar recursos públicos -como se ha visto con total frescura- para movilizar a sus congresistas.
Es por eso necesario recordarle a la ciudadanía, en especial a los más jóvenes, que el fujimorismo es una amenaza autoritaria y mafiosa permanente. En el poder ha batido casi todos los records de corrupción a nivel nacional e internacional (más de 6 mil millones de dólares del dinero público), vinculación estrecha con el narcotráfico, en copamiento de todos los niveles del Estado (FFAA, PJ), violación a los derechos humanos, manipulación de medios de comunicación, entre otras perlas.
Los sectores de izquierda y progresistas debemos apuntar a la disputa en los sectores medios y con mayor incidencia en los sectores populares. Esa confianza no se ganará solo a punta de discursos y candidaturas bien “marketeadas”, sino con un trabajo cotidiano, levantando propuestas concretas de políticas públicas que beneficien a las grandes mayorías, en temas sensibles como programas de vivienda social, capacitación laboral y en enprendimientos económicos, desarrollo e innovación del sector agropecuario, entre otros. Se trata de recrear una alternativa política desde el progresismo que hoy se encuentra desdibujada, enfrentada en disputas por un frente electoral, pero incapaz aún de afirmar una verdadera unidad política y programática que afronte el inmenso reto de ser una alternativa viable para el país. El reto está planteado, sino queremos que fenómenos políticos como el fujimorismo sigan expandiendo su influencia, en especial en los sectores sociales que pretendemos representar.