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Por: Julio Yovera B.
Ayavaca es cuna de hombres trabajadores, sencillos y cordiales; es también la tierra de personalidades notables como Hildebrando Castro Pozo, el intelectual que desde una posición socialista y con el rigor de las ciencias sociales de su tiempo, estudió las comunidades campesinas; Juan Luis Velásquez Guerrero, autor de Perfil de Frente, amigo de Vallejo, quien asumió la pasión de la poesía y la vocación del político revolucionario; Lizardo Montero, Florentino Gálvez Torres, Ignacio Paucar, Jorge Hurtado Pozo, José Hurtado Pozo, entre otros más. También el líder fascista del Perú, Luis Alberto Flores Medina, nació en Ayavaca.
De Ayavaca es el Señor Cautivo, ese ícono de la fe que creyentes de distintas partes del mundo católico llegan a visitarlo y a agradecerle por la gracia recibida. En Octubre, ese pueblo enclavado en una de las vertientes de los andes occidentales, se convierte en la Meca del peregrinaje peruano.
Ayavaca es la sede de Yantuma, de Cerro Negro, de los montes de Olleros, de la ciudadela de Aypate, de las figuras misteriosas de los laberintos pétreos, de los páramos de Cuyas. Ayavaca es la tierra de los bravos guayacundos que resistieron, a sangre viva, la invasión quechua. Es la sede donde hoy se juega el destino de una parte del país sintetizada en esa dicotomía que polariza: o agricultura, turismo y medio ambiente o minería y contaminación.
Esa tierra fue, por su ubicación estratégica, una de los tres frentes guerrilleros que abrió el Movimiento de Izquierda Revolucionaria, MIR, organización que planificó, impulsó y desarrolló una de las experiencias de insurrección que se dieron en el Perú de la década del 60 y que lideró el comandante Luis Felipe de la Puente Uceda.
Hasta ahora no había un documento, una sistematización de esta experiencia. Hoy, gracias al esfuerzo de uno de sus protagonistas, Elio Portocarrero Ríos, natural de Ayavaca, tenemos un libro, que no obstante su carácter de testimonio de parte, y por eso mismo, cargado de emoción y probablemente de subjetividad, es un documento valioso que nos permite conocer uno de los capítulos heroicos de la lucha del pueblo peruano y latinoamericano en pos de su liberación.
Llegamos al libro de una manera casual, pese a que nuestro amigo, el infatigable promotor cultural, periodista Raúl Fernando Moscol León (RAFEMOLE), lamentablemente fallecido y por entonces Decano de la orden, en Piura, después de presentar y comentar el libro (viernes 9 de marzo de 2012), nos comunicó telefónicamente que había guardado un ejemplar para quien escribe estas líneas. Hace poco, Junior Velasco, joven universitario de la Coordinadora de Izquierda de Piura, me prestó el libro y en 3 días de intensa lectura puedo decir que su lectura nos ayudó mucho a conocer mejor esta experiencia.
Cuando se ama la tierra, por muy lejos que se esté, siempre se le añora y la distancia, paradójicamente, hace que el ausente se arraigue más a ella. Recuerdo el caso de César Vallejo. Quienes lo conocieron y acompañaron en París, refieren que siempre hablaba de su Santiago de Chuco, que lo llevaba en el alma y que en cierta ocasión, interrogado por las autoridades sobre su origen y procedencia, no aludió al Perú, sino a su tierra natal. De otro lado, me contaron no hace mucho, que Don Alejandro Pozo, ayavaquino, en los últimos años de su vida, en pleno invierno parisino, paraba un taxi y preguntaba si podían llevarlo a su casa de Ayavaca. Hago esta digresión porque la portada del libro no exhibe una foto del mítico comandante, tampoco hay una alegoría a la epopeya, no. En la portada se exhibe la foto de Aypate, la ciudadela inca, obra magnífica construida cuando el poder quechua avanzaba hacia el norte. Puedo afirmar que Elio ha escrito su libro en el extranjero pero arraigado a su tierra.
En la obra, Portocarrero describe con emoción y aprecio infinitos a sus camaradas líderes como Luis de La Puente, Máximo Velando, Guillermo Lobatón, Walter Palacios, Héctor Gadea, hace referencia a compañeros como Gonzalo Fernández Gasco, Julio Rojas, Gerardo Benavides, Jorge Merino Jiménez, Raúl More, Luis Pizá, el Dr. Albán Ramos, Mario Calle, entre otros muchos más. A los históricos, a los que murieron, llegamos a tenerles profundo respeto; con los que aún viven, con una parte de ellos, hemos cultivado una relación cordial, y, con otros, hemos sentido admiración y afecto. Hace algunos años, con Walter Palacios tuvimos en Santiago de Chuco un grato encuentro, fue con motivo de la Telúrica de Mayo, cónclave mundial que organiza Capulí, Vallejo y su Tierra, en homenaje al poeta planetario. Don Walter nos dijo algo que nos conmovió, “antes de irme, he venido a encontrarme con Vallejo y a reencontrarme con Lucho”. Y es que, en efecto, las casas de ambos son templos que se visitan para reflexionar sobre sus vidas y el destino de nuestros pueblos.
Volviendo al texto, más allá de discrepancias o de probables diferencias que el autor guarde con algunos de los personajes que refiere, lo cierto es que ahí están los que intentaron –los que se atrevieron – a “tomar el cielo por asalto” y eso ya es bastante.
Cada capítulo, diez en total, nos deja una lección, una enseñanza. Aquí no vamos a referir cada uno de ellos, lo que hacemos es comentar brevemente algunos. Hay un capítulo dedicado a la sinuosa historia del APRA, cómo fue que el partido que emergió con un neto carácter antiimperialista terminó convirtiéndose en un partido sin personalidad histórica, al extremo de traicionar a sus postulados, a su militancia, a su pueblo. Degeneración ideológica y oportunismo tienen que ver con ello.
Vista los fenómenos sociales desde una perspectiva dialéctica, vale decir revolucionaria, la oligarquía, las clases dominantes están descalificadas para emprender un proceso realmente liberador. En el Perú de hoy, cuando vemos que todos los gobiernos, no obstante que algunos de ellos llegan al poder con promesas de reformas, se ratifica como válido el pensamiento del Amauta José Carlos Mariátegui Lachira, en el Perú no tuvimos nunca clase dirigente, sino dominante y coincidimos con el autor del libro cuando dice que la burguesía criolla llegó tarde a la historia.
Un capítulo conmovedor es el que se refiere a la descripción física y espiritual de Luis de la Puente Uceda, el líder del movimiento guerrillero y con seguridad uno de los hitos sobresalientes de los revolucionarios del mundo, que se entregó con pasión y mística a la tarea de trocar el camino hacia la liberación de la patria, entendiendo ésta como parte de la lucha por la libertad de la humanidad. Elio Portocarrero, basándose, de un lado, en sus largos años de amistad y, segundo, tomando como fuente el texto del Dr. Sigifredo Orbegoso sobre el jefe guerrillero, tiene frases de admiración para el hombre que como pocos no ordenaba nada a sus huestes si es que él primero no lo hacía, y que, como pocos también, unió la acción a la palabra:
(Lucho) “Siempre tuvo el respeto, cariño y admiración de los que lo rodeaban…” “siempre estaba alegre y trasmitía ese estado de ánimo a todos los compañeros, pero cuando se molestaba, su rostro se ponía tenso y rojo. Por eso lo llamábamos el “colorado” cariñosamente. Siempre tuvo nuestra admiración y respeto y a la vez, merecedor de gran confianza en su persona, por parte de los que lo rodeábamos”. Podemos conocer esa elevada ética que lo hacía ser absolutamente respetuoso con los bienes del pueblo, “los recursos del pueblo son sagrados” solía decir y esto era para él un principio que nada ni nadie podía quebrantar.
Fue de La Puente quien diseñó los planes militares, partiendo de la concepción que la revolución se hace y que en sociedades como la nuestra, un camino seguro, que garantizaría el éxito de la hazaña guerrillera sería el de instaurar bases con capacidad de movimiento y con vínculos sólidos con la población. Esto, como el mismo autor reconoce, no siempre lo entendieron sus camaradas. En oportunidades se priorizó más el trabajo gremial de las masas campesinas, lo que iba en contra de los acuerdos tomados en su C.C.
El trabajo de Portocarrero también explica cómo se fue tejiendo la organización y como es que se deciden la creación de los tres escenarios estratégicos: del Norte, del Centro y del Sur. Obviamente porque su experiencia fue en la zona de Ayavaca, nos narra con más detalle las actividades del frente del Norte. Admirable su relación, acaso porque era natural de ahí, con la población, no solo con el campesinado sino con todos los sectores sociales, incluyendo las autoridades, que les daban refugio; acertada también la decisión de tomar una zona de difícil acceso, que le permitiría a la guerrilla una facilidad de desplazamiento para ingresar o salir del país desde o hacia el Ecuador, y para avanzar desde la base guerrillera a la costa o sur andino o hacia la zona amazónica.
En el libro aparece de manera explícita la solidaridad que en todo momento mantuvo la revolución cubana, que fiel a su internacionalismo, apoyó las gestas que buscaban liberarse del yugo que por siglos han impuestos los imperios.
Al mismo tiempo, es desalentador los fracasos permanentes por lograr la unidad de las fuerzas de izquierda. Esto se ha convertido en un estigma difícil de superar. No se pudo en el pasado histórico lograr la unidad del pueblo para hacer frente a retos comunes. Fracasó todo intento de unidad con propuestas revolucionarias insurreccionales, como fracasaron también los intentos de unidad para hacer frente a la lucha política electoral. En las dos formas de lucha, la unidad no se ha logrado hasta ahora. Pese a los esfuerzos, el MIR, el ELN, los llamados “becados”, la unidad no fue posible y esa fue una de las debilidades que aún marca a nuestro pueblo.
El libro es autocrítico y nos deja una lección. Las organizaciones pueden estar bien preparadas, muy bien organizadas, cohesionadas ideológica, política y militarmente, pero un solo error equivale a la derrota. El libro, aun cuando no lo dice de manera explícita, deja entrever que si ben el CC era un colectivo, había una distancia enorme entre el nivel logrado por Luis de La Puente con los demás miembros de la dirección. La autoridad política, ideológica y militar del comandante era el nervio de su cohesión. Cuando cayó, ninguno de los que le sucedieron tenía la capacidad para darle salida favorable a los problemas.
Los principales líderes fueron cayendo, otros tuvieron a adecuar su vida a las nuevas condiciones. Y, entendemos, que la duda jugó su rol. El imperialismo suele crear desconfianzas, maquinar. Eso también sucedió en el MIR, aún no está esclarecida la situación del destacado guerrillero Enrique Amaya, sobre cuya vida, la CIA ha afirmado que, con él infiltró a la organización, cosa que es refutada por Portocarrero.
En suma, el libro ayuda, nos vuelve la mirada a un pasado reciente, nos permite admirar el coraje de un núcleo de hombres que en pos de ideales dejaron familia, amores, en tanto que otros perdieron la vida. Hay en el trabajo de Portocarrero un homenaje a Basilio Chanta Granda, nombre que escuché por primera vez cuando era estudiante de la Ex Escuela Normal de Piura, cuando los compañeros dirigentes estudiantiles vinculados al MIR de entonces, lo coreaban en sus consignas, para demostrar que cuando un revolucionario muere, nunca muere. Con el libro he llegado a conocer su procedencia campesina y su pureza revolucionaria.
El libro, en el Perú, ha sido ignorado. Nadie, ni crítico ni comentarista de publicaciones ni politólogos, han dicho una palabra sobre este trabajo, que ayuda a entender mejor la experiencia guerrillera y que, por eso mismo, debe resultar incómodo abordar a aquellos que suelen calcular o graduar sus opiniones. Nosotros lo hacemos porque creemos que la palabra de un guerrillero que habla de su experiencia, es un valioso testimonio de parte; más aún, cuando las grandes metas e ideales que los llevó a la acción, aún son vigentes. Si con las reformas del general Velasco se avanzó, lo que ha venido después ha sido un permanente retroceso. Otra gran lección: la revolución es un acto de amor, de respeto a las masas, al pueblo. Los que agreden a las masas a nombre de la revolución sencillamente están descalificados para llamarse revolucionarios. Esto lo dice, Elio Portocarrero, que junto con todos sus camaradas tuvieron el coraje de intentar hacer la revolución.