Por: Jan Lust y Jhohan Oporto
I. El mundo capitalista
En la mayoría de los países del mundo el modo de producción dominante es capitalista. Este modo de producción se basa en la propiedad privada de los medios de producción y la extracción de la plusvalía de los productores directos. La relación entre los propietarios de los medios de producción y los que solamente tienen su fuerza de trabajo por vender es además una relación de explotación también una relación de opresión y de dominación. Dominación económica, social, política e ideológica, ya que la articulación de estos elementos confiere al modo de producción capitalista un carácter de sistema de organización social (general y específico). Es decir que el modo de producción capitalista en su relación con las condiciones particulares de determinada formación social despliega un conjunto de condiciones específicas de organización y desarrollo socioeconómico en cada país del mundo sin perder su carácter general de dominación.
La dominancia del modo de producción capitalista no significa que no puedan existir otros modos de producción en una sociedad. Estos modos de producción solamente pueden mantenerse porque, subsumidos a la lógica del capital, son funcionales al modo de producción dominante y a su sistema de organización social. Por eso consideramos que, en el caso de América Latina (AL), las diferentes formas de producción en países como Bolivia, Ecuador y el Perú con grandes comunidades indígenas dueñas de una cosmovisión, diferente a la occidental, donde el modo de producción capitalista se enraizó primero, son “aceptados” porque son políticamente y económicamente útiles a la reproducción de la dominación del modo de producción capitalista.
La necesidad de los capitalistas individuales de acumular capital para mantenerse a pie en la feroz competencia con otros capitalistas tiene consecuencias sobre los productores directos y la estructura política y económica mundial. En primera instancia, la necesidad de acumular capital obliga a aumentar la explotación de los productores directos, produciendo más plusvalía, absoluta y relativa. En segundo lugar, el aumento de la explotación genera problemas de la realización de la plusvalía y por consecuencia la transformación de la plusvalía en capital: las mercancías no encuentran suficiente demanda para realizar su valor. Por ello urge a los capitalistas el ampliar sus mercados y crear nuevos mercados. En tercera instancia, el hecho de que la tendencia de la tasa de ganancia tienda a bajar incentiva a los capitalistas a buscar continuamente nuevos lugares donde invertir y crear nuevas fuentes de inversión. En cuarta instancia, previendo el desdoblamiento espacio temporal, de extensión e intensidad de la organización de la producción y de los mercados, los capitalistas despliegan un conjunto de transformaciones políticas, jurídicas e ideológicas en la organización social, favorables a la producción y reproducción de la dominación del sistema capitalista también a través de la organización de la distribución y el consumo de las mercancías.
La competencia entre los capitalistas individuales ha creado la necesidad de establecer una entidad que vele por los intereses de los capitalistas en conjunto: el estado capitalista. Este estado es por una parte la consecuencia de las contradicciones entre las clases y dentro de las clases; entre las fracciones de las clases y, por otra parte, un instrumento en las manos de la clase dominante. Si bien es cierto que los administradores de los intereses de los capitalistas a nivel nacional, regional y también local no necesariamente son propietarios de los medios de producción, sin embargo, su papel en el proceso de la producción y reproducción del capitalismo los hace parte de esta clase social.
La función del estado capitalista es asegurar la reproducción del modo de producción capitalista. Por ejemplo, las recurrentes crisis económicas causadas por la sobreproducción conllevan a que el estado capitalista busque maneras de asegurar la demanda interna de un país o trate de facilitar que sus capitalistas tengan la posibilidad de expandir sus mercados. Los tratados de libre comercio son otro ejemplo de mecanismos que los estados capitalistas usan para el beneficio de sus capitalistas. En el caso de los países de la periferia del sistema capitalista, es decir los países capitalistas dependientes, estos acuerdos comerciales son impuestos por el imperialismo en concordancia con los intereses de las burguesías locales.
La dominancia del modo de producción capitalista conlleva a la dominación de su forma de distribución, es decir, el mercado. El mercado no es un instrumento neutral de distribución sino que es instrumento sumamente útil para la consolidación de un sistema basado en la explotación de un ser humano por otro. Dado que se intercambian mercancías, cosas, la realidad de lo que realmente se intercambia ─fuerza de trabajo─ se mistifica. En otras palabras, consideramos que el mercado y la mercancía son “fuentes” de alineación del ser humano y que se debería buscar y crear otras formas de distribución.
Nosotros contemplamos que el análisis del modo de producción capitalista es una herramienta clave para entender el desarrollo mundial. Lo que hoy se denomina como globalización y en el pasado imperialismo cabe dentro de este análisis. Las guerras que han surgido en el siglo pasado y en este nuevo milenio y los bloques económicos y comerciales que han emergido y siguen emergiendo, responden, en general, política y económicamente, a la lógica de la necesidad de acumular capital. De ello se desprenden: la búsqueda de lugares y fuentes de inversión para los capitalistas; la defensa de los intereses económicos y políticos de los capitalistas; y, hoy en día más visible, de asegurar la apropiación y la libre disponibilidad de los recursos naturales en todo la planeta para los capitalistas.
Nosotros defendemos la tesis de que los capitalistas no tienen patria. Por el hecho de que su modus operandi es el mismo en todo el mundo, consideramos que en lo fundamental no existen diferencias entre los capitalistas, de enlaces económicos y políticos entre los poderosos de, por ejemplo, AL y los Estados Unidos (EU). Lo único en que se diferencian los capitalistas de estas áreas geográficas es su capitalización y el poder político, económico y militar de su país de “origen”.
Nosotros vemos el imperialismo o en lenguaje moderno, globalización, no solamente como un “producto” del capitalismo en sí, y, “principalmente” promovido por los capitalistas del “Norte” sino también como “herramienta” para el beneficio de los capitalistas nacionales en países capitalistas en la periferia del sistema capitalista mundial. No consideramos a los capitalistas en los países dependientes solo como sucursales del capital transnacional sino como benefactores y cómplices, junto con su estado, de la explotación y opresión de los pueblos. Sin embargo, no cerramos nuestros ojos al hecho de que hay por un lado una relación de dominación entre los países en el “Norte” y los países capitalistas dependientes y, por otro lado, entre el capital transnacional y el capital “nacional”.
II. América Latina
En tiempos de aguda crisis global, AL se ha convertido en escenario fértil para pensar y construir vías alternativas al sistema capitalista y por tanto de desarrollo. Frente a algo más de tres décadas de dominio del mercado y la globalización, sobre todo financiera, orquestada por el imperialismo estadounidense y aliados, y su programa de ajustes estructurales en la economía regional de AL, estados como Venezuela, Ecuador y Bolivia e iniciativas de bloques de integración continental como la Alianza Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América – Tratado de Comercio de los Pueblos (ALBA-TCP), surgen reconstituidos políticamente por el apoyo de fuerzas sociales de cambio. Fuerzas de las que, a pesar de su composición heterogénea, emana al unísono el objetivo de exigir mejores condiciones de vida.
Ligado a estas condiciones, el resurgimiento de la lucha antiimperialista en la primera década del siglo XXI ha supuesto para AL en su conjunto la revisión de las relaciones políticas, económicas y militares con los EU. Unos países las revisan para consolidar su vinculación con el sistema capitalista de manera frontal a la usanza de republiquetas (Perú, México) o de manera más disimulada pero sin esconder su favor a la vinculación estratégica mediada por intereses comerciales (Brasil, Chile), y otros países las revisan con la idea de ejercitar soberanía y autodeterminación nacional y regional (Venezuela, Ecuador, Bolivia) para la organización de un nuevo sistema societal y por tanto un desarrollo organizado desde y para adentro, sin perder una perspectiva continental.
A pesar de su efervescente vigencia, ésta última tendencia encarnada por gobiernos progresistas se enfrenta a la historia continental reciente, aquella que desde mediados del siglo XX configuró progresiva y sistemáticamente a AL como una base geopolítica afín al proyecto estratégico de desarrollo capitalista de los países del “Norte”, y particularmente de EU. Es a partir de dicha base que, desde entonces al presente, se han y están orquestándose al amparo de la dominación y opresión económica, política y militar, iniciativas contrarias a la soberanía de las naciones y a la integración regional, por tanto a la liberación de los pueblos y del continente.
De la “Alianza para el Progreso” a la “Alianza del Pacífico”, los intereses de EU se han dirigido a consolidar el dominio y sometimiento de los gobiernos del continente a los intereses del capital transnacional. Primero por la vía de coerción económica y política definida por las instituciones internacionales de desarrollo vinculadas al Imperio, segundo, por la vía de persuasión del uso de la fuerza por la expansión de bases militares en países aliados del continente, o, tercero, a través de golpes contra gobiernos democráticos (los más recientes, Honduras y Paraguay).
En este contexto, ya por la posición a favor o contraria al Imperio, AL juega para sí y para el mundo en el presente su futuro de persistencia o cambio de su papel histórico como “patio trasero” de EU y el capital transnacional. La cuestión fundamental pasa por asumirse como fuente abundante de fuerza de trabajo (o ejercito de reserva) y depósito particular de recursos naturales: energía, materias primas y alimentos principalmente, funcionales al Imperio y su ejército de empresas transnacionales de rapiña, o asumir que tales potenciales son base e instrumento de la construcción del proyecto societal y de desarrollo alternativo. De superación del modo de producción y el sistema capitalista en sí.
En tal sentido la lucha por soberanía y liberación en sentido nacional y regional no se restringe a la recuperación del mercado interno sino que supone la recuperación y ejercicio de autodeterminación sobre el territorio nacional y regional y con ello los recursos naturales y el trabajo que en él se emplazan y que fueron, al influjo de las políticas neoliberales, subastadas y apropiadas por el capital transnacional. Recuperarlas para subvertir las condiciones estructurales de inequidad y desigualdad social, de dominación y opresión entre el imperialismo del “Norte” y AL y entre el capital transnacional y el “nacional”.
Consideramos a partir de lo apuntado, que esta tarea histórica requiere de implicación militante y comprometida con el proceso de construcción del otro mundo posible, de la AL de y para el pueblo latinoamericano. Para ello es necesario ejercitar una crítica social científica del proceso en dos dimensiones de nuestra realidad: i) crítica radical del capitalismo en su persistente forma neoliberal y su proceso de ajustes en la particularidad de condiciones continental y de sus naciones componentes; y ii) una crítica solidaria de los proyectos progresistas del continente para mantener y fortalecer la dirección histórica del cambio y la transformación social.
Ambas tareas deben de abordar la realidad concreta del continente, pues solo en su comprensión profunda se encuentran las raíces para la transformación de las estructuras económicas, políticas e ideológicas que lo subsumen, dominan, oprimen y reproducen el status quo de la injusticia y la desigualdad social entre los miembros del mismo pueblo.
III. La educación en América Latina
La educación, primaria, secundaria y superior, no puede considerarse ajena al modo de producción capitalista. Sería muy extraño ver que el estado capitalista permita una educación que genere las bases para su superación. Por ello y en general, los distintos niveles de la educación en el mundo capitalista son funcionales al desarrollo del mismo sistema. En tal sentido, no nos extraña que nosotros mismos seamos producto de tal sistema y que nuestro pensamiento esté infectado por su ideología. Sin embargo, no significa que seamos adherentes al sistema capitalista y/o que solamente buscamos cambios en su forma de operar, por el contrario, somos conscientes de que el capitalismo, a través de la educación, genera no solamente su propia reproducción sino también las claves y bases para su superación.
Desde la introducción del neoliberalismo en AL en las décadas de 1980 y 1990, los sistemas educativos han sido reformados sucesivamente para que sean más útiles y “eficientes” al desarrollo y a la reproducción del sistema capitalista en nuestros países. Instituciones, programas curriculares, e infraestructuras educativas se han desplegado desde esta lógica hacia la generación de pensamiento único, genérico y descontextualizado de realidades concretas, desarrollo de conocimiento, habilidades, valores sintetizados en competencias dirigidas a la inserción de los sujetos al mercado laboral prefigurado por las demandas de los capitalistas nacionales y transnacionales, por tanto funcionales a la organización pro-capitalista del trabajo.
El surgimiento de una gran cantidad de instituciones privadas de educación a nivel primario, secundario y universitario está íntimamente relacionado con las necesidades del capital de encontrar nuevas fuentes de inversión y validar y sostener su programa político e ideológico. En este sentido, descartamos el pretexto de los gobiernos de turno de nuestros países que no tienen suficientes recursos financieros para cubrir las necesidades educativas de la ciudadanía y, por eso, recurren a las instituciones privadas para llenar este vacío. Consideramos que tal pretexto encubre el servilismo a su condición de clase por tanto a los intereses del capital “nacional” y transnacional. En tal sentido, consideramos que de manera voluntaria y consciente ese fue y es uno de los pretextos para no incrementar el presupuesto de educación, mejorar la calidad de los procesos de enseñanza-aprendizaje e implementar en todas las instituciones de educación pública una gestión académica que apunta al desarrollo de educadores y educandos y, por lo tanto, al desarrollo del país en servicio de la mayorías. Para las instituciones privadas de educación el educando es una fuente de ingreso y no una pieza clave para el desarrollo de la sociedad.
IV. El papel de la universidad en la sociedad capitalista
Desde su aparición en el viejo continente hace más de mil años, las funciones de la universidad: conservación, transmisión, difusión, producción y aplicación del conocimiento (métodos, técnicas, tecnologías) se han ajustado a las demandas sociales de determinados modos de producción y del desarrollo de distintas formaciones sociales. La institucionalización del carácter utilitario del conocimiento, por medio de la universidad, ha tenido desde entonces un papel económico, político e ideológico de influencia directa en la reproducción y el desarrollo de la sociedad. Sin embargo de esta caracterización básica, producto del ascenso y consolidación de la dominación del sistema capitalista en los últimos 200 años, las universidades se han constituido en instituciones de socialización de trabajo especializado y valores funcionales a la universalización de los intereses del capital, de la dominación en lo económico, político e ideológico.
Las reformas de la educación de AL en la faceta neoliberal del capitalismo, durante las últimas décadas han promovido una serie de líneas entre las que podemos señalar: i) privatización de la universidad, y con ello la competitividad entre instituciones públicas y privadas; ii) adecuación de los programas curriculares de las universidades públicas a las demandas de los capitalistas en oposición a las demandas sociales, en tal sentido se sobrevaloran los conocimientos, habilidades, valores de las disciplinas relacionados al funcionamiento de la empresa, en franco detrimento de las ciencias sociales y humanísticas; iii) la organización de la universidad pública se adecua a la manera de una empresa cuyo objetivo es la competitividad, y donde se extiende un nuevo léxico de “excelencia”, “eficiencia”, “evaluación continua”, “acreditación externa”; iv) conscientemente se promueve la fragmentación del proceso de producción de conocimientos, habilidades y valores, con la aspiración de profundizar la división del trabajo, entre explotadores y explotados, de opresores y oprimidos; v) en la dimensión del proceso de enseñanza-aprendizaje, se promueve la educación positivista y bancaria que restringe la reflexión sobre la pertinencia y significación de lo que se enseña y aprende, es decir que se aboga por la repetición y el pragmatismo individualista en oposición a la dialógica educador-educando-educando funcional al desarrollo de la competencia crítica y creativa; vi) al influjo de la competencia, la evaluación de los resultados de la educación pierde su carácter cualitativo dando paso a la “cifra”, así por ejemplo, una forma importante para encontrar ventaja es a través de los resultados de egresados con trabajo, o por ejemplo, otra forma de ventaja competitiva se refiere a la reducción de horas/aula o años/carrera en función del mercado y sin contar con los efectos en la demanda social; vii) el producto social de la universidad, en tanto profesional formado y conocimiento producido tiene un impacto social inversamente proporcional en la educación pública y en la privada, mientras que el producto de la universidad pública tiene un escaso impacto en la esfera social de lo público y su institucionalidad, el producto de la universidad privada tiende a una mayor articulación a la esfera de lo privado empresarial y al nivel de la “gerencia” del estado capitalista.
La privatización de la educación superior ha generado una situación que ha puesto a la educación pública en segundo lugar al interior de muchos países de AL. Es decir, los egresados de las instituciones públicas son considerados en el mercado laboral como educandos de segunda categoría. Con la expansión de la “ola de acreditaciones”, la no adscripción a un sistema continental puede provocar la misma situación en la escala de países, es decir profesionales de tal país ocupan una segunda categoría. Aunque no estamos en contra de procesos de acreditación en sí, es decir, que las universidades se sometan a una evaluación drástica, sino que dado que estos procesos son generados por la necesidad del capital para obtener una fuerza laboral y su movilidad por el continente de acuerdo a sus intereses, rechazamos en forma general estos procesos, en la mayoría de los casos dirigidos por empresas privadas pero también ampliamente validados por las instituciones públicas inundadas por la ideología neoliberal.
Otro fenómeno contemporáneo en la educación superior en AL se da a partir de los múltiples y populares rankings del sistema de universidades que se encargan de patentar las líneas apuntadas arriba en el marco del principio de competitividad, de premio y sanción por aparecer o no en la lista, “más arriba o más abajo”. Así en respuesta a los rankings y sus índices se consuman acciones institucionales de reforma no para mejorar las condiciones de la educación (investigación, interacción y extensión social, convenios interinstitucionales) sino para la reafirmación de la competitividad y la rentabilización del puesto más alto.
En oposición a los síntomas de una educación superior mediada por los intereses del capital y la ideología neoliberal que lo sustenta surge la necesidad de repensar en el objetivo de la universidad latinoamericana. En tal sentido, consideramos que la vía de una pedagogía crítica nos permitiría educar a los sujetos para la vida, una vida consciente de la realidad en que se inscriba y comprometida con el cambio de condiciones para el bienestar de la comunidad. Así, la pedagogía crítica aplicada a la universidad será concebida como un proyecto político que identifique en el proceso formativo profesional las relaciones entre el conocimiento (conservación, transmisión, difusión, producción y aplicación) y los intereses del capital, su poder y su proyecto social, económico, político e ideológico. A partir de ello, la universidad se constituiría en un instrumento de formación de profesionales cuyo desarrollo en conocimientos, habilidades y valores se erija en los principios de liberación de los pueblos, apertura a la comunidad, promoción de una praxis dinámica y compleja, reflexiva y dialógica, crítica y creativa, y por tanto útil a la construcción de una organización societal y de desarrollo alternativos al sistema capitalista.
V. El papel del intelectual en la transformación de América Latina
El intelectual en la sociedad capitalista, en general, no es nada más que un obrero que hace un trabajo mental, abstracto. Las universidades son fábricas de conocimiento y “productoras” de trabajadores mentales cuyos conocimientos, habilidades y valores serán puestos al servicio del capital, transnacional y “nacional”.
El intelectual en la fábrica de conocimiento, aunque muchas veces es considerado como un sabio, trabaja, en general, al servicio del sistema capitalista y específicamente para sus empleadores. Éstos pueden ser los funcionarios del estado capitalista encargados de la educación o los capitalistas que se mueven en el ámbito de la educación privada. Por esta razón, existe una distancia abismal entre los intelectuales y el pueblo. Para el intelectual individualista de la sociedad capitalista el pueblo no es nada más que un objeto de estudio, un objeto posible de fragmentarse en fenómenos para descubrir las leyes en que se funda su movimiento y constitución histórica (de lucha y resistencia contra el capital, ser rearticulado a imagen, semejanza y funcionalidad del desarrollo capitalista).
Tan preocupado en sus tareas de investigación, el intelectual asalariado del sistema capitalista, lleva al extremo el individualismo en su papel de educador en el proceso de formación universitaria, promoviendo que su relación con el educando no sea más que una copia de la división de clases, o sea, de una relación entre capitalista y obrero o de un latifundista y un campesino. Sabemos que este juicio sobre los intelectuales es duro y siempre hay casos que no corresponden a esta realidad. Sin embargo, en el seno de la institucionalidad capitalista, el hecho de que hasta ahora hayan intelectuales de izquierda en la educación, es una muestra de la seguridad y confianza del sistema en sí mismo. Estos intelectuales no hacen daño al sistema, sino más bien, su presencia, en el caso de la educación superior, tiene una función política e ideológica para validar el dominio del sistema, mostrando que existen opiniones divergentes pero subsumidas a las relaciones sociales del sistema capitalista.
De la labor militante que vinculaba aulas con la calle en procesos de lucha por “otro mundo” durante las décadas de 1960 y 1970, en las tres décadas siguientes, bajo una máscara ideológica de autonomía de pensamiento, varios grupos intelectuales en AL se han acomodado progresivamente a las condiciones impuestas por el sistema capitalista. Este acomodo de ciertas facciones de la intelectualidad latinoamericana, en grupos de élite, se ha conformado en asumir la producción de conocimiento que es política, ideológica y socialmente funcional a la conservación de las relaciones de explotación, dominación y opresión del sistema. Esta intelectualidad reformista pseudo-progresista y de un añejo y delirante discurso izquierdista, además, se ha encargado de servir a los intereses del capital, regulando cual “válvulas” la reflexión de las fuerzas de cambio (del pueblo y los jóvenes intelectuales) sobre la lucha de clases y el proyecto revolucionario para nuestras naciones y nuestro continente, y de esta manera, ampliando y conteniendo en nuestros pueblos los niveles de tolerancia a la injusticia, desigualdad, pobreza, violencia, entre otras problemáticas estructurales.
Nosotros proponemos la necesidad de romper con esta situación. Aunque somos conscientes de que tenemos limitaciones al estar inmersos en el contexto de una educación dirigida por las necesidades de los capitalistas, sin embargo, consideramos como deber el intento. Pensamos que el intelectual que está al lado del pueblo debe considerarse como objeto y sujeto del estudio. Es decir que, tiene que participar activamente en todos los procesos de la lucha para la transformación social. En tal sentido, no vamos a estudiar los sujetos de cambio tomando distancia, sino que nosotros mismos nos convertimos/asumimos en sujetos del proceso de cambio. Estamos conscientes que en el presente y en el futuro produciremos trabajos que, en última instancia, sirvan a las necesidades del capital. Sin embargo, esta limitación no debe ser la excusa para no elaborar trabajo científico y desarrollar actividades en servicio del pueblo. Por esta razón, nos planteamos el reto de convertirnos en intelectuales del pueblo. En tal sentido, nuestro trabajo intelectual a través de la investigación busca que en la reflexión y el análisis de nuestra condición como sujetos y objetos de la historia, no solo sirva al desarrollo de nuestra individualidad, sino, se convierta en instrumento colectivo de acción transformadora de nuestra América Latina.
Fuente: http://mariategui.blogspot.com/2014/06/el-papel-del-intelectual-en-la_6.html