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Por: Manuel Guerra.
El enorme daño causado por Sendero Luminoso al país hay que medirlo no solo por la irracionalidad de sus acciones, el culto a la violencia que en macabra competencia con la derecha cavernaria se ensañó con las poblaciones indefensas, causando decenas de miles de víctimas inocentes, sino también porque le dio el pretexto que necesitaban los sectores ultra reaccionarios para meter en un solo saco al conjunto de la izquierda y el movimiento popular, endilgándoles el sambenito de terroristas.
La ofensiva derechista fue feroz; se satanizó a las organizaciones de izquierda y a sus símbolos, se persiguió a sus dirigentes y militantes, su literatura y medios de prensa fueron catalogados como apología al terrorismo, en tanto que cualquier expresión del movimiento popular se consideró que le hacía juego al senderismo. Bajo la acusación de terrorismo muchos izquierdistas fueron a parar a la prisión o fueron asesinados por las fuerzas armadas y policiales, sus organizaciones de inteligencia y los paramilitares.
La derecha cavernaria pretende que olvidemos que fue la izquierda y las organizaciones populares las que se enfrentaron en la base al senderismo y que ello les costó la vida a muchos de sus miembros que pagaron el costo de confrontar con la intolerancia terrorista. Lo que no perdona esta derecha apátrida es que la izquierda y el movimiento social accionaran con la misma fuerza, entereza y consecuencia contra la guerra sucia y el terrorismo de Estado, que fueran los más decididos luchadores por la democracia, la paz, los derechos humanos.
Esa política del miedo, alimentada desde los servicios de inteligencia y machacada una y otra vez por los grandes medios de comunicación, rindió sus frutos. La mente de mucha gente ha sido manipulada y deformada y constituye hoy la base social de los sectores más retrógrados. Esta es la herencia más nefasta de esa ofensiva ideológica que empezó a aplicarse desde el segundo belaundismo, que se profundizó con el primer gobierno aprista, que se perfeccionó con el fujimorismo y que fue continuada por los gobiernos sucesivos.
Esta ofensiva recrudece hoy teniendo como blanco a Verónika Mendoza, quien lidera a ese vasto sector de la población que aspira a cambios de verdad. A la derecha cavernaria le aterra la sola idea que el andamiaje neoliberal construido por el fujimorismo, cuya base se sostiene en la Constitución de 1993, pueda venirse abajo. Y mientras más aterrada, se mostrará más agresiva, más intolerante, más visceral, más inescrupulosa.
Hay que estar advertidos, la ofensiva reaccionaria no se limitará a los ataques mediáticos y la propalación de psicosociales. De lo que es capaz, ya lo demostró durante la Marcha de los 4 Suyos incendiando el edificio del Banco de la Nación, en el que murieron varios trabajadores, para culpar a la protesta. Por ello hay que cuidarse de la acción de provocadores e infiltrados que pretendan accionar para deslegitimar la grandiosa movilización de rechazo a Keiko el próximo 5 de abril.
A contrapelo de la sucia campaña derechista, la esperanza se abre paso. La más amplia unidad de la izquierda y el progresismo, la organización desde las bases, la acción de los activistas de cara a la gente, son los mejores antídotos para contrarrestar esta ofensiva, las mejores armas para obtener la victoria.