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Por: Luis Gárate
La mayoría de analistas, líderes de opinión e incluso algunos videntes coinciden en augurar un año dos mil dieciséis problemático. Por un lado por las tendencias económicas internacionales y su impacto en un menor crecimiento, sino también por fenómeno climáticos como El Niño, que llegarían con particular intensidad a nuestro país.
Si apreciamos el panorama electoral aparecen algunas tendencias claras, aunque sabemos que ese escenario se define con mayor nitidez en las últimas semanas. Vemos una tendencia hegemonizada por candidaturas que, con diversos matices, defienden en esencia la continuidad del modelo neoliberal.
En esa tendencia me atrevería decir que podríamos vivir un año de barbarie. Ese fue el título de una de las obras más conocidas del periodista y escritor Guillermo Thorndike, en la que narra de manera novelada la sublevación popular liderada por los apristas en Trujillo en contra del dictador Luis Sánchez Cerro, que en 1932 terminó en una cruenta masacre y la muerte de cientos de sublevados.
Hablo de una barbarie no porque vislumbre grandes asonadas populares con resultados sangrientos, pero si por la tendencia a la descomposición de la política, de los partidos cascarones y como empresas electorales, así como a una situación que de no ser abordada con firmeza y capacidad se puede desbordar: la alarmante corrupción y la inseguridad provocada por el crimen organizado, en especial el narcotráfico.
Si seguimos en esa tendencia, de crecimiento de la economía ilegal, de las mafias y su creciente influencia en la política, con un modelo económico manejado por los poderes fácticos y por las presiones de los empresarios grandes, vamos al descalabro. Un país en piloto automático sin reformas de fondo, que considera a la Constitución intocable ni aborda reformas institucionales serias.
La posibilidad que lleguen al gobierno agrupaciones como el fujimorismo, PPK o César Acuña nos debe poner en alerta. Son un signo de la política en el país, el posible retorno del autoritarismo y corrupción que representa el fujimorismo; la economía de los lobbies que representa PPK; y el clientelismo y la mediocridad que representa César Acuña. Estas candidaturas están buscando ampliar su electorado presentando un disforzado rostro y discurso de centro izquierda. Habría sin embargo según algunas encuestadoras un 70 por ciento de electores que aún no han definido bien su voto y quién sería la mejor figura para enfrentar a Keiko
La izquierda por su lado no ha logrado conformar una sola candidatura, sólida y amplia. Dividida presentará 3 candidaturas definidas, mientras algunos podrían agregar la de Yehude Simon. Por un lado el Frente Amplio con Verónika Mendoza a la cabeza, Gregorio Santos como candidato de Democracia Directa y Vladimir Cerrón de Perú Libertario.
De las 3, la candidatura de Verónika Mendoza es la que cuenta con mayor presencia mediática, cantidad de agrupaciones que la respaldan, y he salido de un proceso de primarias que se ha reforzado recientemente con unas primarias congresales. Sin embargo según reflejarían las encuestas, su estrategia de campaña y su discurso no han podido posicionarse con más definición ante un sector del electorado que sigue en la búsqueda de opciones.
Las otras candidaturas, que buscan aparecer como más radicales y desde las provincias, aún no asoman en las encuestas. Mientras que la candidatura de Gregorio Santos, producto de una disidencia en Patria Roja se concentra en Cajamarca y algunas regiones del norte del país, se dificulta por la situación de prisión de Santos. La candidatura de Vladimir Cerrón se asienta en la sierra central y algunas regiones del sur.
Pareciera que buena parte del país se ha resignado a la política vinculada a la corrupción y al efectismo del concreto. A los que militamos en la izquierda no nos puede quedar la resignación. Debemos seguir haciendo política, entendiendo las nuevas dinámicas sociales, las correlaciones de fuerzas y lucha de clases, que nos debe obligar a generar nuevos discursos y espacios de organización y para poder ofrecer un referente político viable para las batallas que se vendrán en el futuro.