Descomposición social (segunda parte)

Prof. Rolando Breña

Por: Rolando Breña

Escribimos en columna anterior, que en nuestra sociedad, conductas antisociales, delincuenciales, corruptas, encontraban, casi aceptación resignada y la convivencia con ellas iba constituyéndose como normal.

En los últimos tiempos, paradójicamente en los años del “crecimiento económico”, asistimos a un proceso cada vez más notoria del debilitamiento y la deterioración de los valores morales y democráticos, del espíritu gregario de las gentes, de sus esencias solidarias y de confraternidad, de la connivencia respetuosa y colaboración.

Es que el “crecimiento económico” hegemonizado y conducido por el neoliberalismo trae aparejado un conjunto de concepciones ideológicas, valores, institucionalidad, con los que pretende reordenar nuestras vidas en torno a sus objetivos.

Nos ha invadido el individualismo más desenfrenado y destructivo. El éxito personal por encima de cualquier cosa es el valor supremo del ser humano. Todo espíritu colectivo, gregario y de solidaridad es una rémora, un lastre, una concepción caduca del cual es necesario librarse en el camino hacia el triunfo personal. Cada persona debe velar por si misma y para sus propios intereses, y no ser arrastrado por las taras del bien común. Y no importa si en este camino de éxito personal se arrasen, destruyan o violen normas, moral o el derecho de otras personas. Lo importante es llegar, es el éxito, no importando los caminos ni las formas.

Este camino de “sálvese quien pueda y como sea” paradójicamente, carcomiendo el espíritu gregario positivo, engendra otras formas gregarias de carácter destructivo y vil, con afanes ventajistas, corruptos, delincuenciales que surgen por todos lados y en toda la escala social. Son las barras bravas, los saqueadores, las pandillas, las mafias en los poderes e instituciones públicas, las mafias políticas y sindicales, los lobbystas sin escrúpulos, el espionaje de las vidas privadas…

Se ha puesto de moda la “competencia” como motor del desarrollo y de la vida personal. Una conocida bebida rehidratante ha diseñado la frase “nacimos para competir” como propaganda comercial. En primer lugar, respondamos: ¿los seres humanos venimos a la vida para competir? ¿Siempre hemos de ser rivales o enemigos? ¿Es posible bajo estas concepciones la construcción de una comunidad o de una sociedad con justicia e igualdad? ¿No se introduce acaso el germen, no ya del individualismo, sino de la eterna confrontación personal? ¿De que el éxito y el triunfo personales, a los que legítimamente aspira cada quien, deben ser necesariamente contra otro o contra otros?

Y en términos de capitalismo neoliberal, competir no solo es ganar, sino ganar como sea. Es decir, el fin justifica los medios. Así la competencia ya ni siquiera tiene contenidos sanos de emulación o del triunfo de los mejores, sino de quienes utilizan cualquier tipo de armas no importa si ilegales, delictuosos o inmorales. El fin es ganar. ¿cómo? No importa. La competencia capitalista busca siempre aniquilar al competidor.

Precisamente, junto al individualismo exacerbado, se nos bombardea con el pragmatismo y el utilitarismo que constituyen bases fundamentales de su penetración ideológica. Con el pragmatismo que casi ha sido convertido en una virtud, se “bypassean” todos los controles, todas las normas, todas las prohibiciones, todo lo ético y lo moral, todas las libertades y los derechos.

No es lo inmoral lo que se impone, es lo amoral. La amoralidad es más peligrosa y dañina que la inmoralidad. Los inmorales conocen los límites de sus actos y de los demás; saben lo que está mal y lo que está bien, pero igual deciden actuar. La amoralidad, en cambio, relativiza y hace desaparecer los límites o las diferencias con lo moral. Nada es bueno ni malo en si mismo. Ningún acto es moral o inmoral. El valor de los actos es medible solo en función de cómo o cuánto te acercan o te hagan cumplir tus metas. Si para ello atentas contra la ley, la violas o la cumples, es igual. Si para ellos mientes o dices la verdad o finges, si atropellas, falsificas, matas, amenazas, ruegas, rompes o cumples las promesas o los plazos, etc., no son lo importante. Lo importante es que te sirvan en tus planes. Que te sean útiles.

Y aquí precisamente juega su papel el utilitarismo. Lo útil es lo que a mí me sirve, aunque para los demás pueda ser malo, perjudicial o letal. No tiene importancia. Así cualquier instrumento noble o vil, cualquier virtud o vicio, cualquier actitud mala o buena, cualquier conocimiento o información, adquiere un valor distinto en función a mi propio y único interés. Hasta el ser humano se convierte en un simple bien útil y utilizable, un simple instrumento, medio, mecanismo o vía para lograr lo que se busca, una simple pieza en la maquinaria neoliberal de depredación, lucro y consumismo irracional. (CONTINUAREMOS)