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Por: Luis Gárate
El primer ministro griego Alex Tsipras acaba de anunciar su renuncia y el adelanto de elecciones parlamentarias para setiembre. Lo acontecido tras las negociaciones y los paquetes de rescate financiero de Grecia han generado amplios debates entre los columnistas y sectores de izquierda no solo de Grecia y Europa, sino de otras latitudes del mundo.
Estaba claro desde el inicio tras la llegada de Tsipras como primer ministro y su partido Syriza en enero de 2015, que recogían las esperanzas de un pueblo que estaba siendo asfixiado por una situación de crisis generalizada. Sin embargo también se conocía los límites de sus propuestas, de un rescate negociado buscando salvaguardar niveles de protección social y un cierto rol de Estado, pero entendiendo que lo quería hacer manteniendo el Euro y la pertenencia a la Unión Europea.
La distancia entre las intenciones y las posibilidades reales la explica de manera muy clara Stathis Kouvelakis, miembro del Comité Central de Syriza y líder de un sector más izquierdista, en una reciente entrevista: “Todo esto dice mucho acerca de lo que la izquierda es hoy en día. La izquierda está llena de montones de personas bienintencionadas, pero totalmente impotentes en la política real. Pero también dice mucho sobre el tipo de devastación mental causado por una creencia casi religiosa en el europeísmo. Esto significa que, hasta el final, esta gente creía que podrían conseguir algo de la Troika, que pensaban que entre “socios” iban a encontrar algún tipo de compromiso, que compartían algunos valores fundamentales como el respeto al mandato democrático, o la posibilidad de una discusión racional basada en argumentos económicos.”
Luego Kouvelakis nos da una lección de política real respecto a lo que es ganar posiciones: “una reflexi��n general sobre lo que significa resultar vindicado o derrotado en una lucha política. Creo que para un marxista es necesario una especie de entendimiento historizado de esos términos. Se puede decir, por una parte, que lo que se ha estado diciendo queda vindicado porque se demostró cierto. Es la estrategia habitual del “ya lo decía yo”. Pero, si se es incapaz de darle poder concreto a esa posición, políticamente supone una derrota. Porque, si eres impotente y demuestras ser incapaz de transformar tu posición en una práctica masiva, políticamente no has resultado vindicado.”
Por su parte el economista James K. Galbraith señala, citando al constitucionalista italiano Giuseppe Guarino, que como consecuencia directa del Tratado de la Unión Europea de 1999: “Las instituciones democráticas contempladas por el orden constitucional de cada país no sirven ya a propósito ninguno. Los partidos políticos no pueden ya ejercer la menor influencia. Las huelgas y los cierres patronales dejan de tener el menor efecto. Las manifestaciones violentas causan daño adicional, pero dejan intactas las predeterminadas directrices políticas.”
Desde entonces, en tres ocasiones –la última, el pasado 13 de agosto— se ha obligado al Parlamento griego a aprobar paquetes legislativos dictados desde. Como señala Galbraith las condiciones impuestas por Bruselas y Berlín para el rescate es una legislación que incrementa regresivamente los impuestos a las ventas mientras que elimina la retención de impuestos a las transferencias exteriores de capital. Recorta pensiones. Sienta las bases para la profundización en los recortes en curso en el sector público, en la sanidad, en la educación y en los salarios, así como para la liquidación de numerosas empresas privadas, para una nueva oleada de desahucios y para la privatización a cualquier precio –durante 30 años— de los activos públicos restantes, incluido suelo propiedad del Estado griego. Arrebata a los griegos áreas clave de la responsabilidad pública, incluidas las estadísticas presupuestarias y la recaudación fiscal, para ponerlas bajo la autoridad de los acreedores.
La experiencia griega nos muestra los límites que impone el sistema global, por más compromiso que se puedan tener con los principios y en atender la voluntad popular. No faltan los izquierdistas que pueden acusar a Tsipras de claudicante, cuando más bien se trata de un líder que ha tratado de salvar los intereses nacionales respaldado en la voz mayoritaria de su pueblo, pero que es consciente que llevó las cosas hasta donde pudo. Finalmente ha reconocido las limitaciones de la acción política nacional, para no sacrificar la pertenencia de su país a la Unión Europea.
En el Perú existe un sector de la izquierda que le gusta hacer críticas teoricistas, pensando siempre que las cosas se pueden cambiar desde los buenos deseos y las “buenas prácticas” grupales. Olvidan que la política es un espacio de disputa de poder, de correlaciones de fuerzas y en las que se debe a veces hacer algunas concesiones y retroceder tácticamente para luego prepararse en mejores condiciones para nuevas batallas. Por ejemplo, disparan sus críticas con facilidad contra los gobiernos progresistas de América Latina, acusándolos de “extractivistas” y “burocráticos”, sin entender qué significa pasar por la experiencia de conducción estatal, y las serias limitaciones que imponen los marcos sistémicos para actuar.
Podemos sacar importantes lecciones a la distancia de la experiencia griega, en especial para las fuerzas de izquierda y progresistas que tienen reales aspiraciones y voluntad de ser gobierno y poder. La necesidad de entrar de lleno al terreno de la economía, que actualmente está ampliamente hegemonizado por los teóricos del neoliberalismo. Asimismo la importancia de identificar bien a los adversarios y los poderes que enfrentamos, saber qué tipo de alianzas construimos y con qué nivel fuerzas, calidad y experiencia de cuadros contamos. De lo contrario nos quedaremos solo en buenos diagnósticos y la crítica del francotirador.