La izquierda soñada. De la renovación de líderes, discursos y otros buenos deseos

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Por: Luis Gárate

La necesidad de renovación en la izquierda se discute desde hace varias semanas en las redes sociales, entrevistas y columnas de opinión en los medios de comunicación.

Una de esas opiniones la ha circulado el politólogo Steven Levitsky  en el diario La República, quien titula su columna “Una nueva izquierda”. En ella encontramos algunos lugares comunes como la necesidad de la “renovación” y “nuevos rostros y discursos”.

El problema de la izquierda no es solo declararse como nueva, sino como es capaz de organizarse en un nuevo referente y construir nuevos liderazgos que no aparecerán de la nada, sino de su vinculación a demandas ciudadanas y agendas concretas. Sin duda nombres como los de Marisa Glave, Sergio Tejada o Verónica Mendoza se perfilan a liderazgos nacionales, pero no son los únicos. Desde las provincias hay otros liderazgos con proyección, como el de Gregorio Santos, Porfirio Medina, Vladimir Cerrón, César Villanueva entre otros. El problema de todos es que ninguno cuenta con un referente político, y ahí el tema de la incapacidad para conformar un gran frente, capaz de aglutinar a todos los sectores progresistas para participar con solvencia en las próximas elecciones.

Entre otras cosas el autor sostiene que esa nueva izquierda debería dejar su discurso antimperialista, anticapitalista  y la simbología comunista, pues estos serían lastres ideológicos y porque los peruanos no creen en estos principios. Resulta lógico que a la gran mayoría de peruanos, que trabajan en condiciones de informalidad o precariedad, se les hable en un lenguaje y programa del siglo XIX. Eso no quita que varias categorías de análisis del tipo de capitalismo salvaje y corrupto que tenemos no sean válidas.

Levitsky actúa con prejuicio ideológico en buena medida. Primero porque un programa antiimperialista en el Perú de hoy demanda regresarle dignidad al Estado, de hacer respetar la soberanía del territorio y los intereses nacionales frente a países como Estados Unidos y su permanente política injerencista. El imperialismo está más vivo que nunca en la política exterior que busca a través de sanciones, de tratados y otros mecanismos barnizados de “cooperación” militar, política y en otros ámbitos, que sirven para influir en la política interna de otros países. Eso lo hemos visto y aun lo vemos aplicarse en países que salen de ese control, como Venezuela, Ecuador, Bolivia, entre otros.

En cuanto al anticapitalismo, hay que decir que la izquierda anticapitalista o marxista -para ser más precisos- no cree que en que la economía peruana deba ser estatista ni de planificación central. Un programa como el del frente Únete llamado “Economía nacional de mercado”, o el de Patria Roja en el “Nuevo Curso” reconocen las limitaciones de la economía peruana, su dependencia de la explotación de materias primas y la extrema informalidad. Por lo tanto plantea un desarrollo basado en una economía capitalista, de libre mercado con un rol importante del Estado, una economía que desarrolle el mercado interno, la innovación tecnológica y la capacidad productiva. Se trata de regresarle al Estado competencias básicas en materia económica, como su capacidad subsidiaria.

Levitzky apuesta claramente por una izquierda socialdemócrata. No cabe duda que hay una parte de la derecha que reclama lo mismo. No quieren una izquierda de protesta o de ideología, sino una “tolerable”, que se mueva en los márgenes de su modelo. Incluso llegan a querer mimetizarse. Por eso no debe sorprendernos que personajes abiertamente neoliberales como Pedro Pablo Kuczynski  busquen aparecer como progresistas.

Si en algo coincidimos con Levitsky es que hay que leer con audacia la recomposición de las clases sociales, el crecimiento de la población urbana y sus demandas y de las nuevas formas de organización social en el país. Asimismo, y a la luz de los procesos latinoamericanos y Europa, en que necesitamos de nuevos liderazgos, vocerías y discursos más acordes a la solución de los principales problemas que aquejan a la sociedad, como son la calidad del empleo, la seguridad ciudadana, la vivienda, la calidad de los servicios de educación y salud, el ordenamiento del territorio y la relación de las comunidades con las industrias extractivas, entre otros. El debate y opiniones son saludables, pero no se trata solo de dar recetas y buenos deseos, sino de entender la complejidad de los procesos y en cuanto podemos influir o actuar sobre ellos.