¿Y ahora qué?

Por: Rolando Breña

Ha terminado el diálogo. O por lo menos, la primera parte, como afirman los más optimistas. La pregunta fluye espontánea, diáfana, esperanzadora, desconfiada  o simplemente curiosa: ¿Y ahora qué?. ¿Cuáles son las consecuencias positivas en lo inmediato para el país y sus problemas?. Nadie tiene respuesta. Las respuestas más representativas pueden ser las de PPK: “se ha conversado de manera constructiva”, ¿algo significa eso?, simplemente nada; la de Salomón Lerner: “Hay que hacer esfuerzos para adecentar la política, luchar contra la corrupción, los reglajes”, lamentamos decir que son lugares comunes que todos repetimos y nada hacemos y menos el gobierno. Es un llamado al vacío.

Hoy lunes se han reunido partidos, partiditos, cascarones de partido, restos y ruinas de partidos, figuras y figurones. Era inevitable. No todos debieron estar y no están los que pudieron estar. Los asesores políticos del gobierno deben vivir en la luna, desconocen absolutamente la realidad de los partidos; o, es lo más probable, están infectados por una enfermedad más temible que el ébola, el sida o el cáncer: la discriminación por razones ideológicas y políticas, el prejuicio mortal, cual cólico miserere, contra todo aquel que no piense como ellos.

Con exquisita demagogia la Presidenta del Consejo de Ministros clamó: “todas las voces tienen que ser escuchadas”. Parece que algunos no tenemos voz, y por lo tanto, a pesar que existe el alfabeto Braylle, no tenemos derecho de ser escuchados. No es que hubiéramos querido sentarnos en el gran convite presidencial,  sino que cuando se dice “todos”, debe ser todos, aunque algunos declinen el llamado. Me refiero, por ejemplo, al Frente Amplio o Tierra y Dignidad, debidamente inscrito en el ROP y al MAS (Movimiento de Afirmación Social) no inscrito pero que conduce el Gobierno Regional de Cajamarca, numerosos municipios provinciales y distritales de todo el país. Reitero, no es que nos cautive asistir, pero se supone que en esta democracia todos debemos ser medidos con la misma vara. Hemos visto en el gran comedor palaciego, agrupaciones viudas de organización, huérfanas de estructura, divorciadas del quehacer político y la ciudadanía, parapléjicas de liderazgo, sobrevivientes merced a alguna alianza electoral de conveniencia. Fueron 30 minutos de Ana Jara con los mismos llamados de siempre; una ronda de cinco minutos por asistente para tratar todos los problemas del país y la síntesis final del Presidente que expuso algunas grandes ideas: “Tenemos que trabajar juntos”, “la democracia no es de caudillos”, “o ustedes creen que no es así”. Será hasta el próximo diálogo.