Por: Rolando Breña
Manuel Burgas está en todas partes. Casi no hay peruano, no sólo los aficionados o los fanáticos al futbol que no sepan quién es, que pasa con él y con la Federación de Fútbol. Su presencia mediática supera largamente las “bombas” políticas de esta coyuntura, llámense López Meneses, Ancash y “La Centralita”, “la Mega Comisión” (ya pasada a mejor vida), las interpelaciones ministeriales, Orellana, la violencia y la criminalidad, hasta los destapes con Martin Belaunde Lossio y el execrable crimen en Cajamarca.
Hacía tiempo que la prensa no había tenido ocasión de darse un festín informativo, analítico, chismoso, especulativo, de trascendidos, de patrioterismo…de tanta magnitud, donde nadie se ha inhibido de meter su cuchara, desde el Presidente de la Republica, los Ministros de Estado, Congresistas, políticos, periodistas, empresarios, los metiches de siempre y, por supuesto los siempre sufridos aficionados al “Deporte Rey”, que lloramos hace tiempo la crisis, la corrupción, el estado lamentable de nuestros equipos y la selección Nacional, casi impresentables en escenarios Internacionales.
Burga nos ha invadido por todos los poros. Recordamos las famosas palabras del siempre presente Augusto Ferrando: “Para todo el Perú”, cuando al narrar una carrera de caballos lanzaba esa frase inmediatamente después del nombre del ganador. Algo así sucede ahora. En la carrera no sabemos si de caballos, otros cuadrúpedos o de bípedos, donde la meta es el manejo de la Federación Peruana de Futbol, contra todos los “pronósticos de la cátedra” (dirían los “burreros”) es Manuel Burga quien se viene imponiendo. Es el amo y señor feudal de las tierras futbolísticas. Nadie puede con él. Ni la población que, según las encuestas, lo considera la persona menos grata del país, menos las autoridades o la prensa que no han dejado de acribillarlo cada día con municiones del más diverso calibre. Sigue ahí. Desmontó las candidaturas que osaron disputar su poder, mandó al infierno el Comité Electoral que se atrevió a descalificarlo como candidato, lanzó sus huestes capitalinas y provincianas en orden cerrado de combate y el campo de batalla fue suyo. Sólo frente a todos los poderes, todas las autoridades, toda la prensa, toda la hinchada, toda la opinión pública. Ahora, como cantaba una de las “5 Grandes de la Canción Criolla”: solito se jaranea. Y se jaranea a lo grande, con burla, sátira y cachita de por medio. Cachita inmensa y atrevimiento superlativo al calificarse a sí mismo como la encarnación de la democracia, basado en el apoyo de sus bases de la capital y del interior que lo aúpan siempre masivamente; y al desafiar a los congresistas, que siempre quieren ganarse “alguito” en cualquier problema, a que si desean su alejamiento de la candidatura reeleccionista y del fútbol, aprueben de inmediato una ley que prohíba la reelección parlamentaria, y cuando el Presidente de la Republica la promulgue dará el paso al costado para siempre. Podemos decir que fue, en términos boxísticos, un recto al mentón y un gancho al hígado que casi dejan sin aire y contra las cuerdas a los señores padres de la patria.
Las respuestas llovieron con rayos, relámpagos, truenos. Cuando los congresistas responden tocados en su autoestima (ya bastante deteriorada), en su representatividad (si todavía existe), son tremendamente creativos. Los adjetivos, las frases descalificadoras, las construcciones aparentemente ingeniosas brotan fácilmente. Hasta el Ministro del Interior se animó a llamarlo “payaso”. El Fiscal de la Nación anuncia una “Megainvestigación”.
Manuel Burga ha conseguido sus objetivos. Jugó hábilmente el partido. No solo ha bloqueado, por lo menos hasta ahora, todos los intentos de desbancarlo, dispersado y debilitado a sus oponentes, sino que logra aparecer como víctima. Todos los poderes políticos lo hacen objeto de ataque, la Prensa y ahora el Ministerio Publico. Debe ser para Burga una excelente ocasión para aparecer ante la opinión nacional, principalmente ante la opinión internacional y los organismos rectores el futbol latinoamericano mundial, como víctima de persecución política; por lo tanto, con opción legítima de solicitar y obtener amparo, protección y respaldo.