Por: Manuel Guerra
En su momento Lenin calificó como “sarnosos” e “infantiles” a aquellos sectores de izquierda que inevitablemente se hacen presentes en todo proceso revolucionario, cuyos puntos de vista y actitudes están determinados no por el análisis objetivo de las cosas, sino por sus deseos que generalmente no coinciden con la realidad. Como consecuencia de ello, siempre quedan aislados del movimiento, siempre son minoría, siempre andan frustrados y dominados por la rabia, siempre dirigen su odio contra los verdaderos revolucionarios, siempre terminan siendo utilizados por la reacción, e incluso volviéndose sus cómplices voluntariosos. Graficando su conducta, Lenin decía que se parecen a esas personas que se suben a un coche y exigen al conductor mayor velocidad, pero que cuando el vehículo toma velocidad, se marean, se asustan y exigen que se detenga.
Las consecuencias extremas del infantilismo en el Perú las hemos vivido con Sendero Luminoso, cuyas huestes, al no poder acomodar la realidad a sus deseos, degeneraron en terrorismo y genocidio, enfilaron su odio contra las organizaciones de izquierda y el movimiento popular y, una vez detenido su cabecilla, se convirtieron en soplones, divisionistas, propaladores de las más abyectas mentiras para desprestigiar a sus oponentes en el campo popular.
Es sabido que en toda huerta, junto a las robustas plantas que dan frutos, crece la maleza. Así, en la heroica resistencia del pueblo cajamarquino junto a las genuinas organizaciones y liderazgos políticos y sociales representativos, inevitablemente ha aparecido esa “sarna” que justifica su triste existencia oficiando, cuando no, de rabiosos calumniadores y divisionistas. Incapaces de disputar espacios y hegemonía demostrando la corrección de sus planteamientos, optan por la grita destemplada y los sucios manejos, tan a gusto de la derecha cavernaria.
En lo más enconado de la lucha contra el proyecto Conga, el ex emerretista Wilfredo Saavedra pretendió llevar al movimiento a acciones irresponsables y aventureras, dividir al Frente de Defensa y las rondas campesinas, al tiempo que acusaba a Gregorio Santos y al MAS de pro mineros. No solo eso. Asumiendo posiciones reaccionarias pretendió que la lucha sea “apolítica”, exigió que en las marchas los partidos políticos no exhibieran sus banderolas, que no repartieran sus volantes, llegando al extremo, incluso de querer prohibir que el Frente de Defensa o las rondas enarbolen sus banderolas distintivas. Es decir, a imagen y semejanza de la derecha, trabajó para reforzar el atraso político de las masas.
Junto a Saavedra actúan pequeños grupos de senderistas que no han acabado de reciclarse, renegados de otros partidos de izquierda, provocadores hepáticos y resentidos por vocación. Durante la campaña electoral, cuando para la gran mayoría estaba claro que había que cerrar filas para evitar el triunfo de los candidatos de Yanacocha, estos partidarios de las causas perdidas unieron sus voces para echar barro contra los candidatos del MAS, principal fuerza política en la región, y la única opción para derrotar a la derecha. No tuvieron empacho en aparecer en los pasquines de Yanacocha, ni repartir panfletos denigrantes, ni declarar abiertamente que votar por el MAS significaba hacerlo por la corrupción. Para esta gente, al igual que para Yanacocha y la derecha cavernaria, la derrota del MAS se convirtió en su sueño más preciado, y el triunfo de esta fuerza en su peor pesadilla.
Sucede que ellos, nuevamente confundiendo sus deseos con la realidad, también habían presentado candidatos que, como después quedó claro, no tenían ninguna posibilidad de triunfo. Frustrados por los resultados, en lugar de alegrarse por la derrota propinada a Yanacocha, han arreciado sus ataques a Gregorio Santos, al MAS, a Patria Roja, a los dirigentes del Frente de Defensa y de las Rondas Campesinas. En esta cruzada, naturalmente cuentan con la cobertura por parte de los medios adictos a la Minera.
Para su desgracia, las organizaciones sociales y políticas que representan consecuentemente los intereses de la población cajamarquina se vienen fortaleciendo en medio de la ofensiva virulenta de la derecha y los tontos útiles que no saben diferenciar quiénes son sus auténticos enemigos. No es que las discrepancias y la crítica no sean factibles, necesarias y hasta deseables entre las fuerzas del campo popular. Pero una cosa es la crítica fraterna, orientada a corregir errores, y otra, muy distinta, el ataque ciego, corrosivo, destructivo que apela a métodos subalternos para liquidar a quiénes consideran sus oponentes. Con esta clase de amigos, ¿para qué necesitamos enemigos?