Por: Rolando Breña
Semanas atrás, un importante funcionario, Gustavo Yamada Fukusaki, Director del Banco Central de Reserva (BCR), realizó algunas declaraciones que merecen algún comentario.
Dijo: “Tenemos 20 años para seguir creciendo como país y ésta es una posibilidad real que podemos alcanzar, pues tenemos los recursos naturales que el Planeta demanda en grandes cantidades”.
Añadió: “China y las demás economías emergentes aseguran una demanda importante de estos recursos existentes en el país”.
Demandó: “No queremos quedarnos como exportadores de materias primas y más bien deberíamos apuntar a convertirnos en una economía de conocimiento”.
Está claramente reiterado el Talón de Aquiles del modelo neoliberal: crecimiento, teniendo como base exclusiva la exportación de materia prima de extracción minera, como respuesta a la demanda internacional.
Para comenzar, poner un plazo de 20 años para seguir creciendo es completamente arbitrario, caricaturescamente optimista y abusivamente estático. Parte de la premisa subjetiva y casi surrealista que durante los próximos 20 años la situación económica, y política en el mundo y en el Perú, prácticamente permanecerá congelada; que no habrá turbulencias de ningún tipo para que los peruanos sigamos sacando con toda tranquilidad nuestros minerales para enviarlos a un mundo que también estará absolutamente tranquilo. Es una visión idílica, irreal, fantasiosa y absurda, a que cualquier habitante del Perú o del planeta puede ver y vivir todos los días. El mundo no solo está en constante movimiento y cambio acelerados, sino en convulsión permanente.
Es extraño que un economista de pensamiento neoliberal y atento observador no pueda darse cuenta de las perspectivas poco propicias para una supuesta estabilidad de 20 años, y una demanda y producción también estables para nuestra materia prima.
Es que quizá parte de un supuesto, que los conflictos, las guerras, las crisis en Europa o Asia, son fuente de demandas a satisfacer por el Perú. A lo mejor, y como es más probable, puede ser exactamente al revés. La experiencia de estos meses es aleccionadora.
Por lo que pasa a escala internacional, podemos advertir que nuestra economía vivirá, o sufrirá, un permanente sobresalto. Es que nuestra exagerada dependencia y subordinación del mercado global, sin mayores fortalezas ni defensas que las siempre sobreestimadas Reservas Internacionales que no nos protegerán eternamente ni de la mejor manera en tiempos de graves crisis, nos colocan en situación de permanente defensiva y desprotección, reaccionando casi como acto reflejo frente a lo que viene de afuera, malo o bueno, sin ninguna capacidad de decir o hacer para influir ni siquiera en nuestras propias decisiones. Eso es consecuencia de nuestra estructura económica basada esencialmente en lo primario exportador, principalmente minero. Todo depende de los precios internacionales y allí nada tenemos que hacer. Como curiosidad, Yamada al señalar 20 años nos quiere decir que tenemos minerales cada 20 a��os, o que la demanda durará ese periodo. En cualquiera de los casos las consecuencias serán más o menos las mismas. Tendríamos minerales pero ya no existiría demanda, o habría demanda pero ya no minerales. Hay que adivinar.
La pregunta necesaria ¿Luego de esos 20 años qué? El mismo Yamada responde: No quedarnos como exportadores de materias primas. Efectivamente ese es el camino. Hace mucho tiempo distintas voces de diversos sectores y pensamientos están reclamando abandonar lo más rápidamente esa matriz primario exportadora, aprovechar los altos índices de crecimiento y producir desarrollo y diversificación industrial de manera acelerada, tomando en cuenta lo que tenemos como talento humano y como recursos naturales. Los llamados países emergentes señalan esos rumbos, cada cual acorde con sus particulares características.
Pero Yamada no habla de desarrollo ni de industrialización integral, señala que debemos convertirnos en “una economía del conocimiento”. Es plausible. Pero no podemos realizar esa conversión como un salto a la garrocha, de improviso, se requieren un conjunto de reformas profundas que el modelo neoliberal no está dispuesto a aceptar. Para una economía del conocimiento necesitamos una radical reforma educativa para poner de manera prioritaria la investigación, la creación de tecnología y la ciencia como pilares de la formación profesional y técnica. Esta reforma como parte de un paquete que al mismo tiempo contemple reformas en toda la estructura económica y política. Una economía de conocimiento necesita una base económica, social y política estables y modernas. Para filosofar hay que comer. Para una economía de conocimiento tienen q satisfacerse las necesidades elementales de la gente en la salud, la educación, el trabajo. Hay que construir un sólido y sostenible mercado interno y una institucionalidad responsable, legítima y democrática. Las bases actuales de nuestra economía son incompatibles con la propuesta de una real economía del conocimiento. Además, ella no puede conceptuarse como un fin en sí misma, sino como parte primordial de un nuevo tipo de estado y sociedad que traigan aparejadas la superación de las brechas sociales, económicas, culturales.
Si así no fuera ¿Qué tipo de economía de conocimiento podríamos construir?. ¿Una plataforma de ciencia y conocimiento asentada sobre la desigualdad y la pobreza? ¿Una economía productora y exportadora de conocimiento con una población en la ignorancia, de la que solo se exija su contribución laboral mas no su participación de sus beneficios?. Ahora sucede, grandes países exportadores cuyos trabajadores viven en condiciones infrahumanas y ciudadanos con derechos limitados. Una especie de economía y sociedad que recuerdan lejanamente la dictadura de la inteligencia en los albores de la filosofía con Aristóteles.