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Por: Héctor Béjar
Después de la división de Izquierda Unida, el terrorismo primero y el neoliberalismo después, dejaron a la izquierda sin hegemonía ni base social. Pocos querían ser o aparecer de izquierda. Aparecieron diversos eufemismos, y el análisis radical fue abandonado en beneficio de las medias palabras, los subterfugios y un supuesto realismo político.
Cuando el terrorismo fue derrotado -en parte por la acción de la izquierda de la que nació- y el neoliberalismo llegó al máximo de su hegemonía, un prolongado periodo de reconstrucción pasó por la formación del Frente Amplio Cívico Nacional en 1996, con Gustavo Mohme y la resistencia contra el fujimorismo; y la marcha de los 4 suyos en 2000 que culminó con la caída del régimen. Bajo los gobiernos de Paniagua y de Toledo se formó la Coordinadora Nacional de Izquierda y Fuerzas Progresistas en 2001, la Coordinadora Político Social en 2005 y el Frente por la Vida y la Soberanía en 2009. El I Encuentro de Izquierda por la Re-fundación de la República se realizó en 2010.
Durante este proceso se fueron relacionando partidos políticos, personalidades, movimientos sociales, movimientos de los pueblos originarios y amazónicos, y organizaciones no gubernamentales de la sociedad civil. Se hicieron las grandes jornadas del 29 de junio de 2007, el Paro Nacional de julio de 2008, las movilizaciones de junio de 2009. Una innumerable serie de protestas, manifestaciones, paros regionales y nacionales.
El proceso electoral que llevó al Gobierno a Ollanta Humala volvió a fragmentar a la izquierda electoral y dio al traste con el proceso de unificación. Cada organización y hasta cada persona quisieron obtener ubicaciones en la caravana del presunto triunfador. Algunos renunciaron a principios y puntos básicos del clásico Programa de la izquierda para nombrarse nacionalistas, reformistas, moderados y patriotas, de acuerdo a las conveniencias y circunstancias. El deplorable resultado es conocido y no merece mayores comentarios.
La lucha de la izquierda es antigua.
Se remonta a los Lévano, Barba y Fonkén y los líderes anarcosindicalistas que formaron los primeros sindicatos, la primera central obrera, la CGTP de Mariátegui y Portocarrero, la revolución universitaria de 1930, el Partido Socialista, después Comunista, de José Calos Mariátegui, los indigenistas como Luis E. Valcárcel e Hildebrando Castro Pozo, quienes desde el arte, el estudio y la política defendieron a los pueblos originarios; las guerrillas de 1965; los partidos de la Nueva Izquierda en la generación de los años 70, las luchas seculares de los campesinos por la tierra, de los maestros y maestras por la educación y la dignidad y de los obreros por mejor salario, la lucha democrática contra las dictaduras de Sánchez Cerro, Benavides, Odría y Fujimori, la actividad creativa de los cientos de narradores, artistas, pintores y cineastas como Ciro Alegría, José María Arguedas, César Vallejo, Manuel Scorza, Gustavo Valcárcel, Juan Gonzalo Rose, César Calvo, Edgardo Tello, Adela Montesinos, Rosa Alarco, José Sabogal, Julia Codesido, Teodoro Núñez Ureta; los sacerdotes como Gustavo Gutiérrez que se identificaron y se identifican con el pueblo en la Teología de la Liberación, los filósofos como Augusto Salazar Bondy, los militares que lucharon por la soberanía nacional durante el proceso liderado por el General Velasco entre 1968 y 1975, o que denunciaron crímenes contra los derechos humanos como el General Robles, demócratas socialistas como Alfonso Barrantes, empresarios como Gustavo Mohme, parlamentarios como Javier Diez Canseco, quienes supieron enfrentarse a los grupos de asesinos que desde el poder atentaban contra los derechos humano. Los combatientes que murieron en acciones armadas de diversos tipos contra el sistema imperante como Luis de la Puente Uceda, Guillermo Lobatón, Javier Heraud, Máximo Velando. Cientos, miles de peruanos y peruanas.
Lo que llamamos izquierda es la protesta contra el actual sistema y la confianza en que se puede generar un cambio fundamental, no de maquillaje ni superficial, sino de bases económicas y de la forma en que las bases sociales están relacionadas con el poder, es decir, un cambio de sistema y de poder. Por ello, la izquierda debería representar una idea mayor, englobadora de los núcleos de activistas, algo mucho más grande, numeroso y potente que el simple electoralismo.
Nuestro país es distinto al que teníamos en los años 80, cuando existía la Izquierda Unida.
Somos casi el triple de peruanos. Un nuevo proletariado compuesto por millones de microempresarios, campesinos parceleros, pequeños agricultores, trabajadores y trabajadoras eventuales en la ciudad y en el campo, niñas y niños trabajadores, pequeños comerciantes, mineros, pueblos originarios amazónicos y andinos, trabajadores y trabajadoras que la tecnocracia denomina informales, explotados de todas las ramas de la producción y los servicios, todos ellos se han incorporada a la antigua sociedad que era habitada solamente por los campesinos, los obreros y los empleados de la clase media y la oligarquía.
Nuestra sociedad es más compleja, más numerosa, necesita un mayor estudio y comprensión, tiene más y más profundos problemas. Nuestra sociedad es más grande que antes, más múltiple que antes, pero también es más injusta que antes. La izquierda debe hacer un reencuentro con esa sociedad.
Mantener frente a las circunstancias del pasado una actitud crítica no debe significar olvidar puntos básicos de un Programa de transformación del país.
El pueblo peruano no conoce los mecanismos sutiles que se esconden detrás de lo que está pasando. Está descontento, pero no sabe por qué, desmontar este porqué.
La misión de la izquierda es explicar este porqué, desmontar mediante la teoría y el análisis el sistema del que somos víctimas. Construir un sistema de defensa popular.
La misión es de lucha, pero también de estudio y pedagogía.
Los sindicatos dirigidos por hombres y mujeres de izquierda tienen enormes locales vacíos, donde solo se hacen asambleas y reuniones cada vez más minoritarias. Los partidos tienen todavía pequeñas redes nacionales de activistas. Una red de locales en todo el Perú y una red de intelectuales, técnicos y cuadros políticos podrían ser convertidas en una red de escuelas políticas si hubiera la voluntad de hacerlo.
A estas alturas del mundo, ni la idea del partido único ni la del movimiento único son suficientes para llenar las necesidades de expresión y de acción que tienen los pueblos respecto del poder establecido.
Es necesaria una entidad permanente. Pero una entidad permanente no solo es una organización sino una emoción, un espíritu, un mito.
No solo organización sino conciencia.
La conciencia de pertenecer a un proyecto común debe permitir distintas maneras de expresión en torno a objetivos compartidos; para construir y no para destruir. Lo múltiple es lo que permite la renovación y la iniciativa.
Esta es, desde luego, una actitud ética.
Si algo tenemos que hacer es recuperar la relación entre ética y política que está en el nacimiento mismo del socialismo. Carlos Marx, José Carlos Mariátegui no fueron solo grandes líderes durables, clásicos de la política y el conocimiento. Fueron ejemplos de comportamiento ético.
Es decir, aquel que no acepta usar la política como el camino para el poder personal sino para la conquista del poder colectivo con arreglo a ciertos valores que son de la justicia, la honestidad y la solidaridad.
La función de la izquierda debería ser la de construir un poder organizado y estable conseguido desde la conciencia popular. La politiquería significa confrontarse con los poderes fácticos cada 5 años en las elecciones. La conciencia significa lo estable, lo duradero en la vida de las personas y las colectividades.
El modelo neo-liberal es intrínsecamente inmoral y corrupto.
Vivimos un sistema abominable que debe ser cambiado. Por lo menos para mí, la palabra revolución, ahora olvidada, mantiene su sentido.
Sin embargo, hay un enorme desbalance entre un poder concentrado por la riqueza en el mundo y en el Perú, por un lado; y en el otro extremo un pequeño grupo de voluntades que resulta débil frente a ese poder.
Queremos un sistema distinto sin contar con ejércitos ni bancos ni estaciones de televisión ni radioemisoras de alcance nacional. No hay punto de comparación entre el poder de los conservadores y quienes queremos cambiarlo.
Esa parte del problema es la condición natural de la que partimos. Si la concentración de riqueza y la injusticia no existieran, la izquierda no tendría razón de ser. Sin embargo, conviene hacer algunas precisiones.
Si ahora no tenemos instrumentos de poder real es porque desperdiciamos las circunstancias favorables cuando se presentaron: parte de la izquierda fue el más firme obstáculo a la revolución militar de Velasco. La izquierda parlamentaria de los años 70 y 80 abandonó su base popular. La izquierda Unida no estuvo realmente unida. Partidos y personajes de izquierda corrieron detrás del actual presidente cuando era candidato, en vez de formar una agrupación capaz de contribuir a una candidatura respetable.
En términos históricos, la izquierda ha contribuido de manera decisiva a la organización de los trabajadores, la defensa del pueblo, la denuncia de la explotación. Pero eso no es suficiente. Personajes de izquierda han particionado en todos los Gobiernos nacionales, incluido el de Fujimori, solo para hacer seguidismo.
Nada trascendental cambió, todo siguió igual porque miramos la realidad social desde el poder o desde nuestra situación, pero no desde las necesidades de la gente. Por eso, al final, resulta que ante los ojos del pueblo no hay diferencia real entre un Gobierno Regional o Local de izquierda y otro de derecha.
No tenemos el valor de analizar los acontecimientos que hemos vivido o protagonizado. ¿Persistir? ¿En qué vamos a persistir? ¿En los errores, los oportunismos, los egoísmos, las pequeñas y grandes traiciones? ¿O en lo bueno, lo positivo que logramos?
Las organizaciones de izquierda no son democracias que se renuevan, sino pequeñas dictaduras en que los líderes excluyentes se desgastan y envejecen sin soltar los cargos.
Elogiar al pueblo sin análisis, seguir sus instintos y sus protestas sin ejercer pedagogía política, es demagógico. Y la demagogia no conduce al cambio de sistema sino a formas diversas de populismo y caudillismo.
Las historias de la gente de izquierda son demasiado fuertes y demasiado distintas.
Las lealtades y complicidades de sus grupos están tan enraizadas como las desconfianzas de cada uno acerca de los otros grupos, es mucho lo que se debe cambiar para que la unidad sea posible. Y, aun así, ella no garantiza el éxito político en los términos que convienen al país.
¿Por qué deberían seguir a la izquierda si se une? ¿Cuál es nuestra virtud especial, qué les ofrecemos?
Lo mejor es hacer un balance honesto, sereno, crítico y dejar el paso a las nuevas generaciones contribuyendo de manera modesta a su formación.
Dedicarse a preparar el recambio. Explicar, hablar claro y hacerse a un lado. Preparar algo más duradero, más firme que el propio recuerdo.
Es el turno de los que vienen, no de los que se van.
Se ha formado, una vez más, un Frente Amplio de Izquierda. Propongo lo siguiente:
1.- Que cada partido anuncie un cronograma de renovación de cargos directivos en el corto plazo y prohibiendo la reelección de dirigentes.
2.- Que todos los partidos y grupos convoquen a una inscripción ordenada y general de los hombres y mujeres que se definen de izquierda.
3.- Que se convoquen, en todo el país, elecciones democráticas y primarias para la nominación de candidatos a los procesos electorales que se avecinan, incluido el presidencial.
4.- Que el Frente Amplio de Izquierda publique el cronograma de inscripción y de organización hacia las elecciones primarias.
Son peticiones elementales y simples, que demostrarán si se habla de cambio en serio o si tendremos, como siempre y otra vez, más de los mismo.
(*) Fuente: REFLEXIÓN: Ciencias, Humanidades, Arte. (Julio 2014). Revista Trimestral. Lima Perú.
Transcrito y difundido por: Teófilo Bellido.