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Por: Tito Quispe Limaylla
El Paro Nacional de julio de 1977 fue un día de combate de las masas para aliviar su situación que empeoraba cada día, debido a las políticas antipopulares de la Junta Militar. Esta lucha fue una expresión de la lucha de clases en el Perú, vigente desde hace siglos, a pesar de que algún intelectual sobornado o intonso lo niegue y afirme que la lucha de clases es cosa del pasado o propio de trasnochados marxistas. El que tiene ojos para ver que vea esta lucha, le bastará una mirada atenta como la que se realiza en este ensayo.
La segunda mitad del siglo pasado, el Perú fue escenario de lucha continua del pueblo contra la oligarquía primero, luego contra la gran burguesía triunfante. Toda la década de los años cincuenta los campesinos se levantaron en procura de la tierra y por derechos. La toma de tierras fue una forma que tomó sus luchas. Los obreros, especialmente agrícolas y mineros también desarrollaron sus luchas en forma de paros y huelgas, reprimidas, muchas veces, de manera sangrienta. Los pobladores de las barriadas de Lima, no se quedaron atrás y desplegaron sus luchas por la vivienda y mejores servicios, ante autoridades sordas e indolentes.
El gobierno militar encabezado por Francisco Morales B., en la segunda mitad de los años 70, descargaba la crisis económica en las espaldas de la clase obrera y el pueblo (alza de los combustibles, “paquetazos económicos”, despidos de obreros, represión de las protestas, etc.) que favorecía a la clase capitalista (CONACO, ADEX, SNI). La clase obrera y trabajadora en general, respondió con su lucha a la conducta del gobierno militar que intentaba gobernar acudiendo a medidas violentas como el “toque de queda”, “declaraciones de emergencia” y represión. La clase obrera en el Perú fue aprendiendo que la lucha era su único camino, no sólo para contener los abusos de la burguesía, sino para derrocar a la propia burguesía y erradicar sus abusos.
La primera expresión de conciencia fue la formación de sindicatos como necesidad de unión para defenderse, y la segunda expresión de conciencia fue la decisión de iniciar un paro o una huelga. Las décadas del 50, 60 y 70 fueron un tiempo de despertar masivo de la clase obrera y también del campesinado. Más tarde se avanzó a aglutinar las luchas para lo cual se organizaron Federaciones Nacionales por ramas de mineros, pesqueros, bancarios, profesores, campesinos. Un paso avanzado fue la conformación de una central sindical como la CTP y la CGTP y centrales campesinas como la CCP. El legado de la clase obrera de la segunda mitad del siglo anterior fue su organización, variada y extendida en todo el Perú. A los dirigentes de aquella generación les tenemos una gran deuda a pesar de los desaciertos en la lucha política. La lucha gremial, popular, como forma de lucha de las clases obrera, campesina y medias fue una expresión clara, práctica, real y pujante de la lucha de clases en el Perú del siglo que pasó.
Una expresión de la lucha de clases en el Perú fue el Paro Nacional del 19 de julio de 1977. Fue una lucha jamás vista en el Perú, que paralizó las labores de todos los sectores productivos y de todos los pueblos de la costa, sierra y selva en protesta a la política de la dictadura militar que intentaba resolver la crisis con más explotación de la clase obrera, con más impuestos al pueblo, con reducción de derechos desde el Estado (derecho a la salud y educación). Este paro venía madurando desde 1976. Muchos sectores obreros como los mineros y maestros optaron por una lucha abierta y directa con paros, movilizaciones y organización. Ante las medidas antipopulares y proburguesas descaradas del Gobierno, las protestas se intensificaron en los primeros meses del año 1977. Bancarios, profesores del SUTEP, pobladores de las regiones de Arequipa y Cusco, Pasco, Junín, Huánuco y Ayacucho se enfrentaron a la dictadura. Organizaciones de izquierda que se reclamaban revolucionarias, se adentraban en las filas del pueblo para alentar su lucha. Incluso, partidos de derecha oportunistamente para ganarse la simpatía popular se pronunciaban contra la Dictadura exigiendo el “retorno régimen democrático”. La lucha de clases en el Perú de los 70 era una actividad intensa con visos revolucionarios que pudo hacer cambiar la historia de la República. Esta realidad era incuestionable, a pesar de los plumíferos de la época que trataban de no ver o de minimizar, lo que Matos Mar describiría más tarde como “desborde popular”.
Los efectos del Paro fueron irrisorios para el pueblo. El Gobierno Militar anunció su retiro en base a una agenda que otorgaba a la gran burguesía victoriosa su dominio político, dominio que perdura hasta el día de hoy. ¿Por qué las masas habían trabajado para otros? La Constitución de 1979 apenas reconocía una democracia recortada, una democracia que a los sumo le otorgaba al pueblo el derecho de voto y no la capacidad de decidir políticas en razón de sus intereses fundamentales, tales como la política de autodeterminación nacional, o de tierra para quienes la trabajaban, de derechos para los trabajadores, o políticas de acceso a educación y salud de calidad y universal. La derecha pasó a decidir estas políticas nacionales, (Acción Popular, el APRA, Fujimori, etc.) en interés de la gran burguesía proimperialista.
El Paro Nacional demostró la pujanza del pueblo y su disposición a luchar. Miles de intelectuales, estudiantes, gente instruida de las clases medias se dispusieron a fundirse con esta lucha del Perú profundo del que predicaba José María Arguedas. Los eventos obreros y campesinos contaban con la presencia de gente amiga que llevaba un mensaje distinto a sus meros pliegos de reclamos. El tema del poder independiente fue puesto en agenda de discusión de las masas, lo que la dictadura y la derecha llamaban “ultraizquierdismo”. Esto fue, sin lugar a dudas, un camino correcto, un camino revolucionario. El tema de la fusión de las masas con los socialistas y comunistas para construir un partido de vanguardia de la revolución, fue oportuno y correcto. Aun así, la lucha de las masas favoreció a otros.
Lo que no estuvo correcto fue el tema de la táctica. Unos, los del Partido Comunista Peruano (PCP), optaron por un compromiso con “lo más avanzado de la burguesía” (representado por militares reformistas) para profundizar las reformas. En la práctica, condujeron a la clase obrera a perder su independencia de clase para arrastrarse a la cola de la burguesía. La CGTP, controlada por el PCP, hasta la víspera de la convocatoria al Paro Nacional vendía la idea mentirosa de profundizar las reformas, a pesar de la traición de la mayoría de las FFAA a sus propias reformas. Esta actitud (táctica) del PCP no era otra cosa que, para llamar por su nombre, traición al movimiento obrero y popular que maduraba hacia un movimiento revolucionario.
Por el otro lado, los pretendidos revolucionarios, vanguardistas, socialistas, comunistas asumieron la táctica de impulsar la organización independiente y amplia de las masas para la lucha, pero cayeron en luchas intestinas, sectarias, burocráticas de espaldas a las masas y terminaron aislándose, dispersándose, abandonando a las masas a la influencia del belaundismo, del Apra, del PPC, que coparon la conciencia de las masas arrastrándolas a sus propuestas electorales. Por este sectarismo, algunos terminaron absteniéndose frente al Paro Nacional por haber sido convocado por el “revisionismo”. Querían “su” paro “revolucionario”, puro, sin entender que el movimiento estaba por encima de su estrechez, ensayando la gesta más grande que era realidad incontrovertible y que había que dirigirlo. Unos terceros abrigaban el inicio de la guerra popular, sin siquiera haber iniciado su fusión con el movimiento de masas y haberlo entrenado en una lucha huelguística, reivindicativa, sin haberlo despertado a la lucha política y creyendo que el cielo lo conquistaría un puñado de arrojados iluminados que hicieran buen uso de la “dinamita”, y del terror, pues la revolución estaba madura y todo crujía de puro viejo. La desviación del camino acertado desvió la lucha de las masas hacia la derrota.
Los que desviaron el movimiento hacia la derrota – y derrota histórica – fueron sus dirigentes o quienes fungían de dirigentes de la revolución. Lo que vino después del Paro, además del golpe severo del movimiento obrero (5,000 obreros despedidos) fue el desánimo y declive del movimiento popular y la trasmisión con guante de seda del poder de los militares a equipos civiles proburgués y proimperialista, que domestican a las masas a restringir su expectativa democrática al solo derecho de sufragio y a buscar solución a sus problemas vía el mercado, la inversión capitalista (nacional y extranjera), la cesión de nuestros recursos naturales a precio regalado, a aprovechar la bonanza pasajera aunque el país sufra una derrota histórica en su lucha por una independencia real, por bienestar, desarrollo y justicia social. Los partidos de derecha se van turnando hace ya 35 años de gobierno, engordando a un puñado de gran burguesía proimperialista, agrupado en la CONFIEP, que vive del trabajo de millones de peruanos, arrojando mendrugos a una “clase media” deslumbrada, que le vitorea en todos los lenguajes.
Algo que aprender de la lección del paro nacional y sus actores: valorar la lucha de las masas como clave de los cambios reales que el Perú espera, fundiéndonos con ella. Asumir la dirección de esta lucha con el único instrumento descubierto por Carlos Marx, la teoría revolucionaria de la clase obrera. Convocamos a la intelectualidad peruana educada y amiga del movimiento de masas y a la avanzada obrera para alentarla y elevarla, y expresamos nuestra fe en que las masas obreras sabrán fundirse entre sí para constituirse en clase independiente y luchar por su destino histórico. La lucha de clases en el Perú está latente, manifestándose de manera tentativa y variada; no ha muerto, como quisieran los que reinan el Perú y el mundo, por ahora.